En los últimos 18 meses, las y los mexicanos hemos sido testigos de cómo una y otra vez fallan los pronósticos gubernamentales; por más que se pretenda negar, no hay resultados favorables para la población ni en salud pública, ni en economía, ni en seguridad, por mencionar algunos rubros.

La incapacidad del Presidente para cumplir con una de sus tantas promesas de campaña, de incrementar al 6 por ciento el Producto Interno Bruto (PIB), lo ha llevado a menospreciar los parámetros existentes para medir el desarrollo nacional, por lo que se inventa nuevas formas de hacerlo, mediante conceptos como “bienestar y felicidad”, cuyos parámetros serán dictados por el diccionario presidencial.

El Presidente parece tener oídos sordos no solo a las voces críticas que se han pronunciado al respecto, sino a los resultados del reciente estudio elaborado por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), denominado "La política social en el contexto de la pandemia por el virus SARS-CoV-2 (COVID-19) en México" y que señala que 19 de los 38 programas prioritarios no están dirigidos a la población en situación de pobreza, ni a las personas que perdieron su empleo por la pandemia.

El titular del CONEVAL –nombrado en este sexenio—evidencia en este documento el fracaso de la política social de López Obrador. El calculo del incremento de la pobreza es de casi 10 millones de personas, y en el caso de pobreza extrema a casi 11 millones.

El Presidente mintió en campaña y lo sigue haciendo de manera cotidiana. No existe en su gobierno política pública y tampoco justicia social, que fue su bandera durante años. Lo único con lo que cuenta –y le ha funcionado relativamente bien- es el discurso de autocomplacencia y autojustificación que usa como arma poderosa al menos 5 horas al día en una casi cadena nacional, que apoya su ideología y que pretende adaptar la realidad de México a “su nueva normalidad”.

Miente cuando dice que gobierna para todas y todos, pero no ha sido capaz de escuchar propuestas, de generar acuerdos, de entender la realidad diversa de México, desacredita todos los días al pasado, y programas que funcionaban han desaparecido a pesar de la realidad en datos. El Seguro Popular, las Estancias Infantiles, el Instituto Nacional del Emprendedor, el Programa Prospera antes Oportunidades, por mencionar solo algunos.

El asunto es que para el Presidente no tiene mayor impacto ni esta, ni ninguna otra evaluación. Lo único importante para él es "ayudar a su manera”, lo que en términos prácticos él reduce solo a dar dinero a las personas, sin mejorar la calidad de los bienes y servicios públicos que el propio Gobierno reconoce que requieren atención inmediata. Quiérase reconocer o no, lo único que hace es mantener su clientela electoral, mientras se observa el rápido deterioro de las instituciones.

El Presidente miente, porque sabe perfectamente que su gobierno no está dando buenos resultados, pero como esto le es incómodo prefiere cambiar conceptos y generar nuevos que le sean “favorables” a su persona aunque dañen al país. Le guste o no, las estadísticas son importantes en todo ejercicio gubernamental. Bien lo dice Peter Drucker, "lo que no se mide, no se puede mejorar”.

Sí, el Presidente miente y no tiene empacho en hacerlo, se autodenominó como gobernante humanista, pero es indolente porque no logra entender que deja en verdadero estado de vulnerabilidad a un gran porcentaje de mexicanas y mexicanos y también es insensible porque no logra percibir lo que es el dolor ajeno, el dolor evitable que está en sus manos resolver.

Lo mas grave de todo es que gobernar desde la mentira está destruyendo al país, está acabando con las instituciones y al término de esta pandemia, con los devastadores resultados en economía y salud, quizás recurra a mayor polarización y mayor enfrentamiento, de tal manera que el “divide y vencerás” sea su mejor arma para mantenerse en el poder.

Diputada federal

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