Adriana Dávila Fernández

El Siguiente Himno

Adriana Dávila Fernández
23/03/2023 |05:55
Adriana Dávila Fernández
Autor de opiniónVer perfil

Las imágenes circularon por todas partes, las redes sociales las replicaron, los medios tradicionales también lo retomaron, el tema se posicionó ante la opinión pública, pero no estoy segura si todos estamos conscientes de lo que significa para el país: un grupo de personas cantando el himno al aeropuerto Felipe Ángeles, una de las obras emblemáticas del presidente Andrés Manuel López Obrador, que “celebró” su primer año de vida inútil y que le ha costado a los mexicanos miles de millones de pesos, reportados por analistas y expertos.

Más allá de los memes, videos, sátiras y comentarios sobre lo que ante los ojos de la opinión pública es absurdo, me parece importante destacar el uso ideológico que impulsa el gobierno morenista y que se replica casi automáticamente por sus fieles digitalizados y servidores de la nación.

“De entre las ruinas te levantaste y por tu pueblo tú te forjaste, como un castillo inquebrantable donde se albergan fuerza y pasión… la fortaleza que te respalda son mexicanos de corazón y los valores que representas, son un ejemplo de tu nación”.

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Muchos pensarán que este hecho es intrascendente, que no tiene importancia y que es otra más de las ocurrencias del tabasqueño, pero lo grave es que cada una de ellas, son parte de una cadena de acciones con consecuencias catastróficas para los mexicanos.

Hagamos memoria:

En 2019, mientras las autoridades internacionales en materia de salud advertían al mundo sobre la llegada de la COVID y los riesgos mortales, el tabasqueño invitaba, en sus conferencias matutinas, a no usar cubrebocas y mostraba a la cámara “su escudo protector” contra el virus: “detente enemigo, que el corazón de Jesús está conmigo… no mentir, no traicionar, no robar, eso ayuda mucho para que no dé el coronavirus”. El resultado fue irreparable: más de medio millón de hogares enlutados.

El hombre candidato que prometió paz, como gobernante entrega a la fecha, el criminal resultado de alrededor de 150 mil muertes violentas que tiñen de rojo las esperanzas de quienes confiaron en su palabra. Su estrategia: abrazos y no balazos, en un país en el que al menos dos terceras partes está controlado por el crimen organizado.

“No se dejen manipular por grupos delictivos que tienen otros propósitos, que aunque aparentan ser muy buenos y les reparten despensas y les ayudan, sólo les están utilizando… nosotros no queremos que nadie pierda la vida… soy pacifista y aunque se burlen porque tengo una razón de fondo, voy a seguir diciendo abrazos no balazos”. Lo cierto es que el problema de inseguridad está incontrolable, porque

se evade la responsabilidad de enfrentar a quienes están generando esta ola de violencia, que son los verdaderos adversarios de un gobierno constitucional: ¿permisibilidad, complicidad, ambas?

¡Cuántas veces más veremos asomarse el pañuelo blanco en las conferencias matutinas, para asegurar sin empacho y con total cinismo, que “la corrupción en este gobierno se acabó”! Pensar que por “decreto verbal”, o lo que es peor, justificar actos de corrupción “porque no somos iguales” es, por decir lo menos, patético, irresponsable y desvergonzado.

La realidad es que el tráfico de influencias, la repartición de sobres amarillos, los intercambios turbios de maletas, el abuso de autoridad, las licitaciones a modo y un largo etcétera, son hechos escandalosos y continuos en la mal lograda transformación. Lo peor, la corrupción se ha justificado en el nombre de un movimiento que obedece sólo al deseo de enriquecerse con el recurso público, porque los “minicaudillos” al servicio del patriarca, también exigen su parte. ¡Es una vergüenza!

No veo que en los siguientes meses las cosas tomen un rumbo distinto. De hecho, el originario de Macuspana inició este gobierno “en modo campaña” y continuará “en modo campaña", porque así está en su ruin naturaleza.

Estoy convencida que millones son los que reprueban a este gobierno de desastre, pero el fondo del problema es que seguimos sin encontrar quién encause el anhelo de participación ciudadana en la construcción de un proyecto de país.

No basta enunciar que queremos seguridad, salud, educación o impulso económico, para emitir documentos de propuesta de política pública como si empezáramos de cero. Mientras no se entienda que el país no nació con López Obrador y que ya desde hace años hay millones de mexicanos que han aportado sus ideas y talento para mejorar, las posibilidades de éxito se verán disminuidas.

Mientras en la oposición sigan los esfuerzos individuales, el trabajo en solitario, el desprecio por la pluralidad, la exclusión como costumbre, las decisiones cupulares, las instituciones partidistas disminuyéndose por visiones mediocres o a conveniencia de grupos, la llamada sociedad civil enfrascada en desdeñar al vehículo democrático y el deseo de personas de ser mencionadas en las mañaneras, como símbolo de fuerza porque el tirano los observó, México seguirá estancado y en la debacle.

Si seguimos banalizando las catastróficas ocurrencias del inquilino de Palacio Nacional, los detentes, los abrazos, los pañuelos blancos que ondean como símbolo de este gobierno fallido, culminarán con el canto masivo del himno para el patriarca mexicano como ofrenda de sus seguidores que lo perciben casi celestial.


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