Treinta millones de votos en julio de 2018 legitimaron a quien hoy ejerce el poder público, pero no hicieron que asumiera sus responsabilidades y obligaciones para con las y los mexicanos, los que votaron por él y los que no. Guste o no guste, constitucionalmente es presidente de México hasta 2024.

Llegó con el mayor respaldo ciudadano de la historia y, para sorpresa de los que tenían confianza de que serenaría al país, reconciliaría a las personas y generaría riqueza, emprendió la venganza como política pública; desdeñó, desperdició y no supo capitalizar el voto de confianza que muchos depositaron en su persona, porque decidió la imposición sobre la construcción de acuerdos; la destrucción de programas públicos, en lugar de la oportuna corrección; optó por la simulación como forma de gobierno.

La desesperanza de México llegó, porque no cumplió el que prometió el cambio. Hoy se puede afirmar que quien persiguió por años la silla presidencial, lo hizo solo para centralizar el poder y engolosinarse con él, quedarse en su palacio preso de sí mismo, de sus delirios, de sus resentimientos, de sus complejos. No se ha dado cuenta que el daño es tanto para el carcelero aprisionado como para las y los que estamos fuera.

Cada día, sus dichos, hechos y omisiones construyen, desde dentro de su palacio, las barreras que lo mantienen en su prisión, sin ocuparse en entender que trabajar con quien piensa diferente resuelve de mejor manera los muchos pendientes que hoy vivimos como Nación.

Hablar siempre de enemigos y adversarios no ha hecho más que desdibujar el respeto que debe significar la figura de un presidente; hay un afán constante por atacar a todos los que critican, cuestionan o ponen en duda los datos presidenciales, así sean los oficiales. Es persistente la confrontación contra aquellos que señalan el necesario cumplimiento del marco normativo y contra múltiples sectores que han trabajado durante décadas por avanzar, por defender sus derechos y libertades... con la ley en la mano.

Con esta realidad vamos a llegar al 6 de junio con un presidente que se encarceló a sí mismo y que se niega a abrir su celda para liberarse de sus fobias y fantasmas. Es tiempo que deje a un lado sus obsesiones y asuma, con dignidad y responsabilidad su papel, porque quiera o no, nos representa a todos.

En sus manos está la llave para liberarse, para salir de su prisión y dejar de ser carcelero de México, de someter a los Poderes Legislativo y Judicial, de querer domar a las instituciones democráticas, de acabar con los contrapesos, de solapar la impunidad de los corruptos de este gobierno.

Debe ser triste vivir como prisionero cuando se tenía todo para ser libre y contribuir a la grandeza de México. ¡Qué desperdicio del bono democrático que respaldó su presidencia! La coraza de sus temores solo le permitió consolidar la destrucción de este país, dejar al descubierto sus miedos. Los datos hacen evidente que no ha sabido gobernar.

Hoy la realidad es diferente. Hay que ir a las urnas con decisión para poner un freno a la imposición, para obligar al prisionero a que salga a gobernar y cumpla lo que prometió. No será encerrado en la prisión de sus sentimientos, empeñado en dar continuidad a la recriminación y al desdén como logrará poner en marcha alguna estrategia que no sea la demolición institucional.

Es nuestra oportunidad para hacerle saber a quien dirige el destino de nuestro país, que no queremos más imposiciones, no más indolencia, no más retrocesos, no más divisiones, no más justicia selectiva, no más violaciones a nuestra Constitución y a nuestras leyes, no más legisladoras y legisladores sumisos y omisos a las peticiones ciudadanas.

¡Tenemos que salir a votar! No sólo es un ejercicio democrático, es nuestro deber y nuestra oportunidad.

Diputada federal

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