No hay nada más indignante que observar la impotencia y frustración de quienes han sido afectados por las decisiones del gobierno. Y es peor cuando lo que solicita es la atención del presidente con la seguridad de que sus demandas serán atendidas. En resumen, ante el caos y la realidad, se alberga quizás una esperanza.

Solo basta ver lo que sucede con las imágenes de Playas de Rosarito, Baja California, cuando Iraís, familiar de un paciente con cáncer, al paso de la comitiva presidencial, entre forcejeos con los elementos de seguridad que custodiaban el vehículo, pide se atienda su necesidad -y la de muchas y muchos- de contar con medicamentos oncológicos. Al grito desesperado de "nos estamos muriendo, no hay quimioterapias", este reclamo se suma a la queja de que en el Hospital General "ni siquiera tienen parches ni agujas, es algo de preocuparse... No es nuevo, no es reciente de estos días... llevo, en mi caso, un año batallando con eso...".

Ella se acercó a la ventana, el presidente le dijo que no la escuchaba y le señaló a un muchacho para que hablara con él. En el video se observa cómo, en su desesperación, la joven le propina una cachetada a uno de los integrantes del cuerpo de seguridad, hecho por el que ofreció una disculpa pública.

Más que el relato de un suceso aislado, este es el reflejo de lo que son las prioridades presidenciales, que nada tienen que ver con las demandas de esa parte del pueblo que exige sus derechos. La respuesta es la indiferencia que evade responsabilidades, porque en términos de béisbol, suele batear la cruda realidad, aunque él sea el que decide qué sí y qué no atender.

Esto sucede con todos aquellos que denuncian deficiencias en los bienes y servicios públicos. Los más comentados y preocupantes son los que comprometen la vida de las y los que llevan más de 760 días sin tratamiento oncológico. Y lo alarmante es la incongruencia presidencial cuando afirma que "es una canallada quitarle a los ancianos su pensión... es como quitarle la medicina a los enfermos". Se está en falta con las y los enfermos y solo atina a relacionar la incapacidad e ineficiencia de los servicios de salud federales, con justificaciones como parte del neoliberalismo del pasado.

En la dinámica del gobierno -que además de rebasado, está reprobado- no se reconoce la gravedad institucional que no solo afecta al sector salud, sino a muchos otros. Millones de personas han padecido las consecuencias de la arrogancia.

Seguramente los perjudicados se preguntarán cuál es la diferencia o la circunstancia para que el inquilino de Palacio Nacional -el cual reconoce que "yo le pertenezco a la gente"-, decida atender a unas personas y a otras sencillamente las canaliza con un tercero, los batea.

Es indudable que obedece a una muy cuidada estrategia de comunicación política, que no descuida su popularidad, pero sí la economía, la salud y la seguridad pública. Por ello, hay espacio para recibir beisbolistas, saludar a la madre de un delincuente internacional o convivir con empleados de restaurantes. ¿Cuál es la diferencia? Sin duda, es que no

reclaman o exhiben públicamente las carencias del gobierno, porque no está dispuesto a exponer la figura de la “investidura presidencial” con la cruda realidad.

Decepciona que solo se busque fortalecer la narrativa del espectáculo matutino, con la negación de los problemas cotidianos. Hoy parecen olvidados los postulados que fueron bandera de lucha del entonces candidato: ayudar a los más pobres, acabar con la corrupción, generar riqueza y serenar al país.

Para él, todos los reclamos son estridencias de los conservadores. No se da cuenta de su responsabilidad de impulsar políticas públicas eficientes. Su visión de estadista quedó reducida a un pelotero que batea los problemas.


Diputada federal

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