Hace dos días, se estrenó en una plataforma digital, el documental “Detrás del Velo. Sobreviviendo a la Luz del Mundo” dirigido por Jennifer Tiexiera. En ella víctimas del llamado “Siervo de Dios”, Naasón Merari Joaquín García, relatan la forma en la que fueron abusadas y explotadas por el predicador que se decía “elegido por Dios para ser su representante en la tierra”, detenido y sentenciado recientemente por un Juez en California, Estados Unidos.
En tres capítulos, se describe la forma en la que desde 1926 que se crea la iglesia, su fundador, Eusebio Joaquín González (Aarón), abuelo del ahora sentenciado, así como su padre, Samuel Joaquín Flores, abusaron de la vulnerabilidad de personas que ansiosos de creer en algo, se fueron involucrando en este movimiento que se extendió en muchas partes del mundo y que se convirtió en un jugoso negocio con ganancias millonarias. Los diezmos entregados por los fieles, “se multiplicaron” por las “habilidades empresariales” de los pastores, se adquirieron terrenos, bienes inmuebles, cadenas de radio y televisión e incluso aeronaves privadas en cientos de lugares, que forman parte del patrimonio de los obispos y jerarcas de la iglesia.
Con el poder adquirido, poco a poco se involucraron también en los círculos políticos y empresariales que fueron cercando y protegiendo a los abusadores, cuyo patrón de actuación ha sido prácticamente el mismo desde hace décadas. Generación tras generación, cientos de niñas y jóvenes eran “elegidas” para ser “ofrendadas” al líder máximo de la iglesia, incluso por sus propios padres. Muchas son las denuncias que desde hace años fueron ignoradas.
A lo largo de este tiempo, en diversos casos de trata y explotación, todavía encuentro cuestionamientos hacia las víctimas que luego de ser abusadas deben cargar durante años con el sentimiento de culpa por “no haberse alejado a tiempo de sus victimarios”. Deben soportar comentarios desde el desconocimiento, de que ellas y ellos “tienen la culpa, consentían lo que les pasaba”, “les gustaba y por eso no decían nada”, “seguramente están buscando beneficios económicos, por eso denuncian apenas, ¿por qué no lo hicieron antes?” Lo cierto, es que la trata de personas que tiene entre sus componentes, la manipulación, el engaño, la extorsión, el fraude, por mencionar sólo algunos, es un delito muy difícil de comprender, incluso por los operadores de la ley.
No entraré a mayores detalles sobre la serie, a la que fui invitada a participar. Quienes tengan la oportunidad de verla, podrán formarse una opinión. Pero, para nuestra desgracia, la iglesia de la Luz del Mundo no es el único lugar donde se abusa de la fe y se cometen estos terribles delitos, ha habido muchos casos denunciados a lo largo de los años: Keith Raniere fundador de NXIVM, fue condenado a 120 años de prisión por delitos similares, al igual que Jeffrey Edward Epstein, quien estuvo sólo 13 meses en prisión y no pudo ser condenado porque fue encontrado muerto en su celda aparentemente por “suicidio”, y al mexicano Naasón Joaquín García sólo lo condenaron a 16 años y ocho meses, a pesar de la gravedad de las acusaciones, pues sus abogados lograron un acuerdo con la fiscalía de California, que dejó en total indefensión a las víctimas, pero éstas siguen luchando para que el caso se juzgue en una corte federal.
En el mundo abundan las historias de líderes religiosos, católicos y cristianos, miembros de otras religiones que en el nombre de la fe y en el nombre de Dios, han cometido delitos inconcebibles contra sus fieles. Para nadie es desconocido el caso del sacerdote Marcial Maciel de los legionarios de Cristo, quien cometió pederastia, sin que haya pisado siquiera la cárcel.
No pretendo satanizar ni a las instituciones religiosas ni a los fieles que toman la decisión de pertenecer a cualquiera de estos grupos o movimientos de “superación personal” como los que he mencionado, porque tengo claro que generalizar es un error. En cada lugar hay personas que genuinamente pertenecen y trabajan para fortalecer sus creencias como instrumento de bien común.
Pero, lo cierto es que hay elementos que ha llamado mi atención y prenden alertas sobre cosas que actualmente está sucediendo también en otras áreas como la política, que cada vez más se mezclan y tienen un componente común: el abuso y la manipulación, y aunque no es nuevo, lo cierto es que las evidencias, por lo menos en México, nos muestran ciertos enlaces que peligrosamente se van extendiendo en los gobiernos, que, según nuestra constitución deben ser laicos.
Para nadie es desconocido que, en el caso de México, a pesar de las denuncias contra el ahora sentenciado líder de La Luz del Mundo, las carpetas de investigación siguen sin avanzar, prácticamente no se habla del tema, pero además existe una vinculación evidente entre miembros prominentes de esa iglesia y el gobierno federal. Tan es así, que dos semanas antes de su detención, por primera vez en nuestro país, se organizó para un líder religioso un “homenaje” en el recinto cultural más importante que tenemos: El Palacio de Bellas Artes. Sobre su detención en Estados Unidos, hubo silencio absoluto por parte del presidente Andrés Manuel López Obrador.
Y aunque no es la primera vez, en su conferencia matutina del 07 de diciembre, López Obrador, quien recurrentemente usa términos religiosos en sus discursos (pobreza franciscana, entre otros) recurrió como reiteradamente lo hace a la victimización, para evitar los cuestionamientos sobre el uso del aparato del Estado a favor de su partido, el desastre de su gobierno en estos cuatro años y la destrucción de las instituciones. “¿Que no cristo luchó por los pobres? ¿Que no fue por eso que lo seguían y lo espiaban y lo llamaban alborotador del pueblo, agitador y por eso lo crucificaron?... El cristianismo es una corriente de pensamiento.
Compararse con Jesús Cristo, recurrir a la fe de un pueblo profundamente religioso y hablar en el nombre de los pobres a quienes ha colocado en el centro de su discurso, pero lejos de la política de pública para cambiar sus condiciones, es no solamente la violación al estado laico, habla del uso y abuso de la fe como característica para justificar sus errores.
Si recordamos, cuando fundó su partido, las siglas no sólo definían el nombre de su movimiento, sino que hacía alusión a la fe católica en un país en donde “la morena del Tepeyac” es venerada y respetada. Durante la semana previa a la elección del 2018, aparecieron en la CDMX especialmente espectaculares con la imagen de la virgen de Guadalupe, en los mismos sitios en los que antes se había colocado la propaganda del ahora titular del ejecutivo federal.
Cuando tuve la oportunidad de ver completo el documental “Detrás del Velo, Sobreviviendo a la Luz del Mundo”, fue inevitable comparar los elementos discursivos del Naasón Joaquín con los de Andrés Manuel López Obrador: una carga enorme de narcisismo que los coloca en el centro de todas sus acciones, el uso y abuso de un sector de la población que se encuentra en situación de vulnerabilidad.
Y no, López Obrador no es Cristo, no es perseguido y no es atacado, tampoco es pastor de culto, es el presidente de un país que no se merece tener un mandatario que sienta que su poder es casi celestial y que eso le da derecho a violar constantemente la ley y destruir al país. Quien habita Palacio Nacional, ya sea con intención o sin ella, es más bien un violentador y abusador de un poder que le fue concedido por la democracia, esa misma que ahora desprecia. Ni López Obrador ni su gobierno defienden a los pobres, los usan, son su pretexto, no su causa.
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