Se ha aprobado en el Congreso de la Unión la peligrosa reforma judicial que ha impuesto el régimen, con la complicidad de actores políticos que antepusieron sus intereses personales a los de la República. Ya también se aprobó, de forma casi simultánea, en los congresos estatales. Si hubo resistencia legislativa, fue casi imperceptible.
De hecho, las votaciones locales reflejaron lo que es una terrible realidad: los que se dicen representantes del pueblo, son los fieles seguidores de un movimiento que se comprobó es un peligro para México y sus instituciones públicas.
El acompañamiento de algunos diputados y diputadas locales -que por cierto llegaron con los votos de la oposición- desnudó los acuerdos nacionales y en los Estados que se hicieron, sin escrúpulos, responsabilidad republicana y con un perverso pragmatismo electoral para repartir puestos, presupuestos e impunidad. Ahí están las consecuencias de quienes no entendieron la responsabilidad con la Patria, que se acomodaron y justificaron sus acciones en nombre de México, y de otros más que se dan a conocer por sus omisiones.
Por supuesto que el hecho es lamentable y hay que condenarlo; aunque lo correcto sería sancionarlo, hay que terminar con el problema de fondo, no sólo de forma. Si el intercambio fue por la comisión de delitos, la dirigencia del PAN está obligada a exigir que se proceda legalmente, a menos que sea cómplice.
La impunidad con la que actúan algunos ha tenido un costo muy alto para todos los mexicanos y, aunque hay mecanismos para hacerlo, por desgracia éstos se encuentran bajo el control de los mismos que han provocado estas tragedias democráticas.
En el caso del PAN, y más allá de las vergonzosas discusiones públicas en tribuna donde se reparten culpas dirigentes y mercenarios políticos -igual que se repartieron posiciones-, debemos estar conscientes que falló el gobierno y falló la oposición.
Para lo primero, nos queda como herramienta seguir denunciando y usar todos los instrumentos legales e institucionales a nuestro alcance para combatirlo, pero es en lo segundo en donde debemos centrar nuestros esfuerzos. Y por eso me permito llamar la atención de mis compañeros y compañeras de partido, porque si queremos recuperar la credibilidad y la confianza de los ciudadanos como una digna oposición que los represente, tenemos que reconstruirnos y no podemos hacerlo siguiendo los mismos patrones ni con los mismos perfiles.
Estamos obligados a hacer un cambio radical en todas nuestras dirigencias, la nacional y las estatales. Es fundamental regresar a nuestra democracia interna y a la decencia pública, pero para ello se necesitan, fundamentalmente, dos cosas:
Basta ya de que los militantes nos quejemos solamente de lo mal que estamos. El tiempo apremia y hay que sacudirnos de las inercias y la resignación. Quien no asuma su responsabilidad en el cambio será cómplice, por acción u omisión, de la destrucción de la República. El momento histórico no admite tibiezas. Los que resisten son los mexicanos, nosotros, estamos obligados a actuar con contundencia y combatir los abusos y malos resultados del régimen. ¡Esta es la última llamada para los panistas!
Política y Activista