Si algo he aprendido en lo que va de este sexenio, es a comprender por qué fue tan importante para los priístas de antaño, la frase atribuida a don Jesús Reyes Heroles “en política, la forma es fondo”. Y eso lo sabe muy bien el presidente Andrés Manuel López Obrador, quien se formó en las filas del tricolor.
Y no, no es una crítica ni al origen ni al partido, sólo me parece que aplica para entender el mensaje que el tabasqueño quiere dar a los mexicanos: “aquí mando yo”, el intocable, tal y como lo ha hecho con la mayoría legislativa, a la cual ha ordenado no mover ni una coma a sus iniciativas, o con la empecinada idea de someter al poder judicial, sin entender que él solo representa uno solo de los poderes de la Unión.
Lo sucedido con la corresponsal del New York Times, Natalie Kitroeff, la semana pasada en Palacio Nacional, es un episodio vergonzoso para México; nadie, en su sano juicio, puede defender la violación de la ley y menos cuando el jefe del Estado Mexicano es el que comete el delito y pone en riesgo, sin ningún remordimiento, la integridad de una persona.
Escuchar y ver a un presidente iracundo atacar en lugar de argumentar, no es deseable ni debe ser permitido en ningún país que se diga democrático. Lo que algunos en principio calificaron como “error”, se llevaron tremenda sorpresa con la reacción del inquilino de Palacio Nacional, cuando fue cuestionado por ese hecho y aceptó -en nombre de la libertad- que él decidió dar a conocer los datos sensibles de la periodista.
No le bastó al presidente López Obrador hacer pública, con todo y su número celular, la carta en la que la periodista solicitaba la postura del Ejecutivo sobre investigaciones del gobierno de Estados Unidos que lo ligan con líderes del narcotráfico.
El hecho provocó que YouTube -acorde a sus reglas de uso y divulgación de materiales- bajara de la plataforma el video de su mañanera. Así es que para demostrar que él manda, que es poderoso y que nadie puede cuestionarlo, el colérico mandatario volvió a publicar la misiva y retó a esa red social a bajarla de nuevo.
“Sí pero no le hace que nos la vuelvan a bajar, mira, vamos a ponerla completa para que la gente sepa…”.
Previo, cual macho mexicano y ante los cuestionamientos de la corresponsal de Univisión, Jessica Zermeño, había lanzado una serie de ataques y descalificaciones
en contra de medios informativos (extranjeros y nacionales) que, desde su entender, están en contra de la transformación cuatroteísta.
En el colmo del desdén, ante el inobjetable señalamiento internacional de la falta, el presidente minimizó el hecho y sugirió -en el país más peligroso para los que ejercen el periodismo- un remedio absurdo ante la inseguridad pública:
“No…no, no, no pasa nada, no pasa absolutamente nada… por encima de esa ley -la de transparencia- está la autoridad moral, la autoridad política… por encima de eso está la libertad… no exagere, mire si la compañera está preocupada... que cambie su teléfono, otro número…”.
Lo cierto es que no debemos acostumbrarnos a estas conductas autoritarias y cargadas de violencia en contra de toda persona que no se somete a la voluntad de quien ejerce el poder.
En los días siguientes, se desató una guerra de filtraciones de números celulares de personajes políticos y líderes de opinión, incluyendo los de las aspirantes presidenciales, y el único beneficiado de esta grave polarización es justamente quien la provocó, porque ante el caos generado, es más simple justificarse y trasladar la responsabilidad de sus decisiones, al pueblo, a la sociedad, a los mexicanos. Total, ¡él nomás es presidente!
¡Hasta dónde puede llegar el personaje que habita Palacio Nacional y que ha rebasado todos los límites, incluyendo la violación de la Constitución, si no se le pone un alto en las urnas!
¡A qué otra tragedia nos va a conducir, si está empeñado en silenciar a todos aquellos que denuncian sus abusos, sus ligas y sus peligrosas complicidades!
Lo que hemos visto en las últimas semanas es, sin temor a equivocarme, uno de los momentos más oscuros del país; se reveló ante nosotros la peor cara de López Obrador y el peligro que significa para las libertades y los derechos en México.
Y mientras él se siente intocable y se dice, además, por encima de ley por su “autoridad moral y política”, México se desangra no sólo por la violencia del crimen organizado que ha tomado las calles, lo hace también porque desde la soberbia presidencial, se mutilan los espacios de encuentro, de paz y de reconciliación entre los ciudadanos y ante eso, el antídoto más eficaz que tenemos para enfrentarlo, se llama participación cívica.
Es momento de poner un alto al autoritarismo, de tener la mente y el corazón dispuestos a trabajar en el porvenir y definir, el próximo junio, un rumbo distinto para México.
Adriana Dávila Fernández
Política y Activista