En una democracia, el diálogo, sin importar el momento ni la circunstancia, es bienvenido. Nadie puede negar que es un instrumento fundamental para construir, a pesar de las diferencias, en aras de bien común. La pluralidad de ideas debe mejorar entre otros aspectos, la política pública y la solución a los muchos problemas de México, en beneficio de la población. Por tanto, celebro cualquier forma de diálogo siempre y cuando éste sea un intercambio efectivo de ida y vuelta y no una simulación.

Muchos reflectores ha captado el supuesto diálogo entre la presidencia y el principal partido de oposición en este país, Acción Nacional. ¡Por favor! Después de tres años de esta administración y de 18 más de campaña destructiva y de negación, no podemos ser ingenuos sobre quién ocupa hoy la titularidad del Ejecutivo Federal: un maestro de la simulación, la mentira y la traición. Nadie puede llamarse al engaño.

Ante el intento de dialogar y acordar por el bien de México, resulta que el presidente, en su conferencia matutina, una vez más descalificó a Acción Nacional. Después de todo este tiempo en el que el inquilino temporal de Palacio Nacional no se ha cansado de lastimarlo, difamarlo, insultarlo, menospreciarlo y el más preocupante, culparlo de todos los males de este país, ahora resulta ser que este instituto político es el que ha pervertido al partido que ostentó 70 años el poder, para hacerlo “neoliberal”. Es una pena que no reconozca que a lo de estos años, nuestra presencia en la vida pública nacional, junto con la participación de otros actores políticos, ha sido determinante para fortalecer las instituciones democráticas, consolidar los organismos constitucionales autónomos y, en definitiva, reconocer el papel ciudadano en la construcción de las causas sociales. Aunque debo aclarar, el hecho de que hoy los dirigentes de ese partido nieguen su pasado, no significa que nosotros los hayamos hecho perder su identidad. En todo caso, ellos deben responder a la historia del porqué del cambio de sus convicciones a conveniencias personales y el por qué se inclinaron por adulterar su esencia.

Ya entrado en la descalificación del PAN, aprovechó para manifestar que también está a la espera de que el PRI se acerque a dialogar. Sólo que, en su vocabulario, el “diálogo” no es escuchar opciones, sino imponer la aceptación de sus propuestas, como ha sido su constante discurso del “yo soy todo y yo decido todo”, desde el cual decide quitar o poner a funcionarios a conveniencia en su gobierno. En suma, aprovecha el diálogo azul para llevar votos legislativos a su molino.

A lo anterior, se suman las declaraciones que han hecho el PRI y el PRD sobre las corrientes que representan. Y si bien Acción Nacional no se ha pronunciado al respecto, lo cierto es que no debemos avergonzarnos de lo que somos. Baste el reconocimiento de la población al ejercicio de nuestros gobiernos... somos los mejor calificados.

Si cada personaje aparenta dialogar con el otro, cuando el fin último es lo electoral, entonces lo que hoy se construye como diálogo cae en la simulación y no habrá ningún beneficio para México. Avalar estos actos simulados nos llevará a perder nuestra esencia. Y lo que no podemos negar es que por ahora, para unos cuantos lo único que importa es el diálogo según Andrés, porque es el único ganador con esta farsa.

Lo que hoy muchos celebran puede convertirse, en el corto plazo, en una cadena de frustraciones, porque esto no nos alcanza para incidir en la política pública, ni para participar en la definición del presupuesto federal. Nuestros votos no son suficientes para contrarrestar el mandato de no cambiar ni una coma a lo que ordena al presidente.

Por ello, más que protagonizar una interlocución con el gobierno y ser parte de una narrativa engañosa, lo que debe preocuparnos es entender lo importante de nuestro papel histórico en estos momentos. Avalar esta simulación, mientras continúa el ataque presidencial, dañará nuestra credibilidad y será otro partido el que capitalice nuestros errores u omisiones.

No hay que confundir el diálogo con entreguismo. El Ejecutivo está obligado a escuchar las legítimas demandas para tener medicamentos y quimioterapias, apoyos para mujeres, una mejor asignación presupuestal, una efectiva transparencia y rendición de cuentas. Debe quedar claro que dialogar con los partidos aliancistas no significa ceder a las reformas que el presidente quiere, cuyo propósito es electoral y no de política pública.

En una sociedad que se precie de ser demócrata debe prevalecer la división de poderes. Y un partido que permite el diálogo entre cúpulas sólo debilita la práctica parlamentaria, que aún con sus deficiencias, es la representación de los ciudadanos. El PAN siempre le ha apostado a las instituciones y ese es el camino que debemos recuperar.

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