El proceso electoral del 2018 dejó grandes lecciones al país, lecciones que por cierto no estoy segura que los tomadores de decisiones que hoy representan a la oposición hayan aprendido. Muchos fueron los factores que influyeron para que Andrés Manuel López Obrador ganara, incluido el mito de que es un político invencible y “amado” por todos.
La ventaja numérica sobre sus adversarios fue significativa y ante las circunstancias electorales de ese tiempo, aplica perfectamente el dicho popular de “la derrota es huérfana y la victoria tiene muchas madres”. En un país como el nuestro sumamente politizado, ¿cuántos le apuestan a las causas genuinas con el costo político y social que implica hacer lo correcto? ¿A poco no es mejor estar con el ”triunfador”?
En la corta memoria social que tenemos los mexicanos, pareciera que luego de un resultado electoral, el pasado del “perdedor” pesa mucho, pero el pasado del “ganador” prácticamente se elimina. Para entender el comportamiento político del país, es necesario conocer la política desde lo local. Es cierto, hoy ven a López Obrador como el “gran líder” que logró vencer a la mafia del poder. ¿En serio? Bastaría con revisar los mapas políticos locales para desnudar el verdadero rostro de las victorias. Aquí algunos ejemplos:
¿En Oaxaca hubiera sido posible el triunfo del tabasqueño sin el grupo que encabezan los Murat? ¿Cuál hubiera sido el resultado en Chiapas sin el apoyo del grupo de los Velasco? ¿Cuántos exgobernadores participaron activamente para otorgarle votos al entonces candidato? En Puebla, por ejemplo, se apuntaron los grupos de Manuel Barttlet y de Mario Marín; en Tlaxcala, son parte de su movimiento los grupos de Sánchez Anaya, de Álvarez Lima y de los Cuéllar Cisneros. Muchos caciques y herederos familiares del poder.
El recorrido por el mapa electoral de México sorprendería a muchos, en especial a quienes defienden con vehemencia que el presidente y su movimiento representan a los mexicanos de a pie, aunque las decisiones las tomen quienes siempre han viajado en avión. Lo he dicho y lo reitero: para el tabasqueño, los mexicanos sólo somos instrumentos electorales, jamás seremos sus gobernados y menos representará las verdaderas causas que nos aquejan.
Lo que pasó en estos días en la campaña de Coahuila refleja, con toda precisión, que, para el inquilino de Palacio Nacional, el humanismo no deja de ser una mentira, una frase propagandística sin sustento, una falacia. ¿Y el respeto a la dignidad de la persona?, vamos, ni siquiera lo conoce y menos le interesa. Muestra de ello es que sus “operadores” políticos ejecutan sus órdenes, movidos por intereses de grupo, que sin duda alguna incluyen pequeñas parcelas de dinero y poder. Los
dirigentes nacionales del PVEM y del PT abandonaron a sus candidatos, argumentando que la decisión se tomaba “por el pueblo”. ¿En serio? El primero demostró que la agenda ambiental es una farsa y el segundo, que los trabajadores son lo que menos importa.
Sin siquiera comunicar la decisión política a los aspirantes a gobernador Lenin Pérez y Ricardo Mejía, las respectivas dirigencias anunciaron, desde la CDMX, su adhesión al candidato morenista, Armando Guadiana. ¿Afecta eso las campañas en el estado? Por supuesto que no. El mensaje está dirigido al patriarca del movimiento, como una forma de rendirle tributo para alimentar su ego y reforzar su poder. Bien valdría la pena saber cuánto le costó económica y políticamente esta decisión al oficialismo (seguro con cargo al erario), en pagos que sin duda alguna se hicieron también en sobres amarillos, de esos que acostumbran la familia López.
Por cierto, tanto Pérez como Mejía fueron abanderados de la coalición PAN, PRD y MC en el 2018. De hecho, Lenin Pérez, líder de la Unidad Democrática de Coahuila (UDC), como diputado federal electo, renunció a la coalición que lo postuló y se sumó a la bancada de MORENA. ¿Qué pensarán ahora que fueron despreciados por “esos líderes que por voluntad propia y con cálculo electoral decidieron seguir”? ¿Con la vara que midieron fueron medidos?
Esta patética historia sólo puede explicarse de una manera: para López Obrador y sus aliados de ocasión, las personas y las causas no valen. Los hechos mencionados dejan en claro que se acaba de escribir en Palacio Nacional, a los pies del presidente y con letras de oro: “deséchense los aliados luego de usarse”. Por tanto, más vale que sus demás socios y cómplices apliquen el dicho popular “cuando las barbas de tu vecino veas afeitar, pon las tuyas a remojar”. Al tiempo.