A casi un mes de haberse llevado a cabo la elección para la presidencia de la República, poco ha cambiado en este país. Desde el púlpito presidencial, las descalificaciones hacia grupos y personas que no coinciden con el gobierno o han hecho evidente la nulidad de sus resultados o que han denunciado sus abusos, son una constante.

Envalentonados, muchos miembros del obradorato piensan que su triunfo les da el derecho a ofender y ensañarse con quienes fueron protagonistas de la coalición opositora. Los autodenominados representantes del “humanismo político” se desnudan en público: señalan, acosan, ofenden y vociferan un resultado electoral que por supuesto les es favorable, pero en nada oculta su fracaso en la política pública del país.

Los bravucones cuatroteístas, algunos con importantes representaciones públicas y otros más solo pistoleros pagados desde la nómina oficialista, se igualan en actitudes y, sin empacho, se muestran como dignos herederos de quien un día sí y otro también, narra los acuerdos electorales que tuvo con diversos actores políticos y empresariales para mantener el poder. Por cierto, con ello confirman lo que siempre señalamos: la campaña electoral -incluida la difusión anticipada- de Claudia Sheinbaum se coordinó desde Palacio Nacional.

Nos esperan largos meses de acciones y reacciones que mantendrán al país dividido, porque así conviene a quienes gobiernan y pretenden implementar este régimen, en donde la pluralidad no tiene cabida, en donde la libertad de expresión crítica del gobierno federal y de denuncia de su impune corrupción, se topa siempre con una orden de persecución.

Por lo mismo, cobra relevancia el proceso para la renovación de la dirigencia nacional del Partido Acción Nacional. Las circunstancias nos exigen una transformación de fondo, pues los cambios cosméticos y simulaciones democráticas no le sirven a un país que se encamina al autoritarismo con vertiginosa velocidad.

El anuncio que amenaza el equilibrio de poderes en México se hizo desde la campaña con dos propuestas:

• La elección de ministros, jueces y magistrados del Poder Judicial Federal por votación popular.

• La consolidación de la militarización en México.

Ambos temas no se pueden combatir con tibias posiciones sobre consultas simuladas, cuyo propósito es únicamente legitimar lo que ya decidió el actual titular del Ejecutivo y que acompaña la presidenta electa.

Vamos tarde en la contrapropuesta, no la presentamos en la campaña, y si la tenemos, no hemos sido capaces de comunicarla con eficacia.

No podemos seguir perdiendo el tiempo. Por ello, la próxima dirigencia nacional del PAN debe surgir de un proceso democrático ejemplar, con el apoyo y acompañamiento de sus militantes, que no admita dudas sobre la legitimidad de quien se gane la confianza interna y no sólo de algunos operadores políticos, a quienes por acuerdos de élite cobraron por adelantado sus alianzas para adjudicarse posiciones seguras, especialmente en los congresos federal y locales.

La renovación del PAN no puede ser la consolidación del “todo está ya decidido”, porque esa ruta es la que nos llevó a estos resultados electorales que, entre otras cosas, evidencian que no somos opción política para la mayoría de los mexicanos.

La cómoda posición que invita solo a la reflexión del por qué fracasamos y nos llama a “no lamentarnos”, refleja la falta de autocrítica y la evasión de las responsabilidades de quienes, en grupo, tomaron las decisiones electorales y políticas que nos tienen en la debacle.

La siguiente dirigencia nacional debe comprometerse al menos en tres aspectos:

1. Darle valor a la militancia, a la que ha ignorado en la toma de decisiones. No se les puede llamar sólo para que sean representantes de casilla y mantenerlos en el padrón como garantía para conservar el registro. Los militantes deben ser los primeros activos en la discusión sobre la reconstrucción del PAN y ejercer su derecho pleno a votar y ser votados.

2. El partido no puede pasar la responsabilidad de los resultados electorales a sus gobiernos, especialmente cuando éstos están bien calificados por la sociedad. La dirigencia debe asumir su compromiso con la formación de cuadros y liderazgos y abrir las puertas a la sociedad desde dentro.

3. Se requieren líderes partidistas de tiempo completo, que asuman el compromiso en la reconstrucción y organización del partido.

No podemos fallarle nuevamente a México. El momento político nos exige responsabilidad, coherencia, congruencia y compromiso.

Los órganos de deliberación del PAN deben construir la ruta para cambiar. La militancia no necesita recetas de conformismo para aceptar y/o justificar la cruda realidad en la que estamos. ¡Cambiamos o morimos!

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