Hace 23 años se dio en México el primer gobierno de alternancia encabezado por Vicente Fox, que ganó bajo las siglas de la coalición electoral "Alianza por el cambio", integrada por los partidos Acción Nacional y Verde. El triunfo fue inobjetable por la fuerza democrática que se vio reflejada en votos.
Sin duda debemos admitir que, ante la expectativa generada por quienes anhelábamos un cambio, muchas cosas faltaron por hacer en los dos sexenios que gobernó el PAN y sí, se cometieron errores que es fundamental reconocer, cuyo costo ya fue pagado en las urnas.
Pero la historia siempre debe ser contada, por lo menos, desde dos versiones distintas que ayuden a equilibrar y formar criterios sobre la realidad y no sobre las mentiras que hoy se cuentan desde el oficialismo.
México no era perfecto -y será muy difícil que lo sea-, pero los que votaron en el 2018 por primera vez, recién habían nacido, de tal suerte que solo conocieron a los gobiernos de Acción Nacional y el último sexenio del llamado nuevo PRI, por lo cual las referencias sobre los avances que ha tenido nuestro país les resultan insuficientes y quizás lejanos.
No hablaré sobre los progresos que fueron evidentes en los últimos 35 años, será motivo de otro texto, pero los organismos autónomos, como el Instituto Nacional Electoral (INE) por ejemplo, fueron el resultado de esas batallas democráticas que dieron hombres y mujeres a lo largo de décadas, entre las cuales vale la pena mencionar la lucha por la libertad de expresión y la denuncia pública de posibles vínculos del gobierno con el narcotráfico.
Tampoco abundaré sobre esas historias que marcaron un antes y un después para nuestro país, pero es fundamental que las nuevas generaciones sepan que la democracia mexicana no nació con la llegada de Morena y menos es logro de quien hoy habita Palacio Nacional, aunque eso quieran hacernos creer.
Pero me parece fundamental recordar los asesinatos que en los años 80 sacudieron a México: el de Enrique Camarena, mejor conocido como “Kiki Camarena”, un agente encubierto de la Administración de Control de Drogas (DEA por sus siglas en inglés) y el de Manuel Buendía, un periodista incómodo para el régimen, crímenes que aún tienen muchas interrogantes y de los que seguramente podrían abundar ciertos actores de la cuarta transformación.
Estos y otros crímenes más originaron que millones de personas intensificaran sus esfuerzos para exigir a los gobiernos garantías de no repetición, pero lo cierto es que lamentablemente esos tiempos que pensábamos se habían ido, regresaron con Andrés Manuel López Obrador, con una fuerza que sólo da el abuso del poder y el control del Estado por un solo hombre.
Hoy estamos repitiendo, se quiera aceptar o no, ese modelo de gobierno que abusaba de la necesidad de los grupos más vulnerables para desincentivar su participación electoral o, en su defecto, para condicionar su voto, y que usaba toda su fuerza para intimidar a sus enemigos, recurriendo a todo lo impensable para conseguir sus fines.
En el sexenio obradorista se han rebasado todos los indicadores sobre los problemas de México: pobreza, desigualdad, inseguridad, desempleo, corrupción, aumento del costo de la canasta básica y un largo etcétera, asuntos que, por supuesto no se tocan en las conferencias matutinas y menos en el gobierno, como si evitar mencionarlos hiciera que desaparecieran.
Resulta alarmante que, desde el poder público, los espacios sean utilizados para intimidar, inhibir, desacreditar y destruir a quienes en el ejercicio libre de su profesión denuncian omisiones, corrupciones, desaciertos y aberraciones de la clase política gobernante, bajo el pretexto de “yo también tengo el derecho de réplica”.
Hace poco más de siete meses intentaron asesinar a Ciro Gómez Leyva, reconocido por propios y extraños, como uno de los periodistas más influyentes del país. A la fecha, poco se sabe del móvil del ataque, pero lo cierto es que el comunicador -a quien en lo personal le tengo gran aprecio- ha sido blanco de ofensas y señalamientos sin fundamento por parte del presidente López Obrador, desde el inicio de su gobierno.
Junto con otros periodistas, ha sido difamado por el mandatario un día sí y otro también. El tabasqueño sabe perfectamente lo que significan sus palabras; es el personaje político que tiene la bocina más grande que cualquier mexicano y la influencia y control que ejerce sobre sus seguidores ha ocasionado ataques en redes sociales, sin precedentes.
Esta semana arrecieron los ataques contra Ciro, quien con razón preguntó: “¿Qué sigue presidente, lo que sigue es un segundo atentado?”.
El ataque verbal contra Ciro parece ser más una advertencia de que, en México, las palabras críticas, analíticas y de investigación que dan cuenta de lo que vivimos los mexicanos deben ser silenciadas. Por eso coincido, ¿qué sigue presidente? ¿Qué sigue para Ciro, para Xóchitl, para Carmen, para Carlos, para Claudio, para los cientos de personas que señala y difama? ¿Qué sigue para los mexicanos y mexicanas que exigimos resultados en su gobierno?
La historia no empezó apenas. Parte del éxito del tabasqueño en el 2018 fue la red de “influencers” y “youtubers” que, alejados de toda ética, para ganar armaron todo un sistema de difusión que hoy cobra sus réditos y “favores” en las nóminas gubernamentales. Todos ellos replican, con graves consecuencias, las mentiras que salen de boca de López Obrador y lo hacen sin el menor remordimiento.
Quienes conocemos y hemos vivido en carne propia el daño que se genera, no tenemos más que repudiar estas miserables prácticas; es reprobable e inadmisible que el mandatario del país haya rebasado todos los límites para denostar a los que él llama “adversarios”, cuando en realidad deberían ser sus gobernados.
La cifra de periodistas asesinados en este gobierno, a un año de concluir, ha rebasado ya los sexenios anteriores: más de 70 familias lloran a sus muertos y padecen la insultante indiferencia de quien concibe que nuestro país solo debe girar en torno a su persona.
Lamento enormemente que quien debiera ser factor de cohesión entre los mexicanos, solo pueda sembrar odio y rencor para mantenernos divididos. Es una desgracia que la popularidad que se presume no sea del mismo nivel de la responsabilidad de proteger a sus gobernados y de impulsar el respeto a los derechos humanos, entre ellos el más importante: la vida.
Por eso es fundamental poner un alto a estos actos intimidatorios y la mejor forma de hacerlo es mostrando nuestra fuerza en las urnas en el 2024. Es indudable que después de las manifestaciones ciudadanas de noviembre, febrero y mayo, con la participación de millones de mexicanos que anhelamos un mejor país, podemos decir ¡ya basta! Nosotros queremos Porvenir para México.
Política y activista