Adriana Dávila Fernández

Carta a Lydia Cacho

11/02/2021 |01:20
Redacción El Universal
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Recibí con beneplácito la noticia de la detención del exgobernador de Puebla, Mario Marín, por parte de la Fiscalía General de la República. Este es el primer paso para conseguir justicia sobre los lamentables hechos que viviste en 2005, cuando fuiste injustamente detenida y sometida a tortura y abusos por parte de la autoridad bajo las órdenes del hoy detenido, luego de denunciar las redes de pederastas que tanto daño le hacen a nuestras niñas y niños. Nada deseo más que este caso sea resuelto lo más pronto posible y que el resto de los implicados también sean detenidos, juzgados y sancionados.

El abuso a las niñas, niños y mujeres en México sigue siendo un gran pendiente por resolver. Déjame contarte que mi llegada al Senado de la República en las Legislaturas LXII y LXIII me permitió presidir la Comisión contra la Trata de Personas. Fui la primera legisladora de mi estado que decidió enfrentar, desde la trinchera legislativa, este delito que ha marcado y estigmatizado a mi querido Tlaxcala.

Al principio me topé con la desconfianza de compañeras legisladoras de otros partidos, porque pensaban que repetiría el esquema utilizado por una diputada -por cierto, propuesta por mi partido- y pseudo activista de la LXI Legislatura para hacerme notar, en lugar de abordar el tema desde el ámbito técnico, jurídico y legal. Afortunadamente, con el paso de los días recibí el respaldo y acompañamiento de Angélica de la Peña y Lucero Saldaña, y decidimos revisar exhaustivamente el ordenamiento legal, corregir los más de 60 errores que contiene y presentar una mejor propuesta legislativa para combatir este terrible flagelo.

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No sobra decirte que la actual Ley General sólo fue el instrumento que usó la exdiputada para extorsionar y consolidar relaciones mercantiles entre el gobierno federal del PRI, algunos exgobernadores de todos los partidos y simular un combate con la entrega de premios sin ninguna validez y, lo peor del caso, usando a algunas víctimas que fueron explotadas mediáticamente.

El 4 de noviembre de 2013, un artículo de tu autoría, publicado en este diario, sacudió no solo al Senado, sino también generó reacciones políticas que nos marcaron los siguientes años. “¿Tratantes en el Senado?”, así lo titulaste.

Comprendo que lo hiciste porque los actores políticos de quienes recibiste tantas agresiones seguían siendo poderosos: uno, como coordinador de un grupo Parlamentario en el Senado y otro, como presidente de un partido político. Supongo que por ello creíste los dichos de la exdiputada para desacreditarnos. No te culpo. Días después tuvimos un debate con Carmen Aristegui para aclarar el tema, yo te planteaba las razones técnicas de las modificaciones propuestas y tú hablabas de tu nuevo libro que estaba por publicarse.

En una segunda columna, reconociste que no nos acusabas a nosotras, pero planteaste “que éramos ingenuas” en creer que no había alguien detrás (delincuentes o grupos económicos y políticos poderosos) queriendo influir en nuestro trabajo. Quiero creer que fue inconsciente que minimizaras nuestra capacidad e inteligencia.

Ten la seguridad de que nunca hubo nadie detrás y hubiera insistido en convencerte de ello, de haber sabido lo que sucedería después y cómo marcaría mi vida, la de mi familia y las de las legisladoras que trabajamos en las modificaciones de la ley. De hecho, sí hubo intereses económicos y políticos que evitaron que nuestras modificaciones prosperaran a pesar de todas las opiniones a favor de especialistas, académicos y organismos internacionales, incluyendo, las del Departamento de Estado de Estados Unidos.

Debo decirte que, ante las dudas sembradas, no sólo contigo sino con otros actores, también tuve que enfrentar a un gobernador, curiosamente de Puebla, quien por motivos político-electorales usó todos los instrumentos a su alcance para desacreditarme en mi segunda candidatura al gobierno de mi estado en 2016. Mi campaña estuvo marcada por una fuerte violencia política orquestada desde el gobierno poblano y respaldada por miembros de los departamentos de Derecho y Criminología de la Universidad Autónoma de Tlaxcala que apoyaban a otra candidata, quien encabezó y promovió esta campaña de odio en mi contra.

Los adjetivos menos violentos que usaron con sus promotores territoriales para difamarme fueron tratante, madrota, puta y protectora de delincuentes. Insuficientes resultan las palabras para describir el daño causado a mi familia, en particular a mi hija, en ese tiempo de 12 años, así como a mis pequeños sobrinos y sobrinas, quienes no alcanzaban a entender lo que sucedía y pagaban las consecuencias de esta campaña de desprestigio a través de redes sociales.

No puedo imaginar cuánto dolor, miedo e incertidumbre sentiste durante esas 20 horas de tortura mientras te trasladaban de Quintana Roo a Puebla. Tampoco imagino tu angustia, impotencia y coraje en esa celda, donde pensaste que ahí terminaría tu vida.

Lo que te pasó no puede quedar impune.

Lo que sí puedo compartirte es cuánto dolor, coraje e impotencia sentí durante los meses que duró esa horrible campaña; “mi traslado” fue en otra carretera: la política, en la que tenemos muchas desventajas. Mientras a ti te defendía la opinión pública, porque eres una periodista muy reconocida, a mí me condenaba, porque soy tlaxcalteca, decidí ser política y panista, y hay quienes piensan que las panistas no nos hemos ganado el derecho de ser reconocidas en la lucha a favor de las mujeres por el simple hecho de creer en la vida desde la concepción.

Mi celda no fue de 4x4. Durante muchos años, yo fui mi propia celda: todos los días me esforcé para desmentir lo que se decía de mí, con el temor constante de que los comentarios y las amenazas que se desataron en redes sociales detonaran agresiones físicas en mi contra y en contra de los míos. Me sentí profundamente sola, como sabes, pocos se atreven a combatir este delito, pero debo reconocer que el respaldo de Angélica y Lucero, que vivieron también los ataques, hizo que aminorara un poco la carga, hasta la fecha seguimos trabajando al respecto, nos negamos a que las víctimas fueran usadas, exhibidas y nuevamente explotadas por quien se decía su protectora.

Leí tu molestia -legítima- cuando señalaste a la ex ministra de la SCJN, ahora secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, de no haber actuado correctamente cuando en sus manos estaba hacer justicia. Es frustrante que la llegada de algunas mujeres a los cargos donde se toman decisiones no haga la diferencia.

Confío y deseo que pronto tengas la justicia que mereces por defender a las niñas y los niños de México.

Yo hasta la fecha sigo arrastrando la campaña de lodo que se gestó. De eso se trató mi proceso legal contra un diputado del PT, no solo de sus palabras altisonantes, sino de sus difamaciones. Lamentablemente las calumnias siempre dejan marcas.

Tú luchas contra la trata a través de tus libros y la denuncia pública; nosotras lo hacemos desde la trinchera política.

Tú quieres ayudar a niñas y niños para que se erradique el delito; nosotras también queremos lo mismo, y para eso elegimos el camino legislativo.

Quise escribirte esta carta, porque estoy segura de que la defensa de las niñas, niños y mujeres de nuestro país bien vale la pena. Deseo que las mujeres seamos capaces de comunicarnos más, de aclarar nuestras dudas, de apoyarnos, de confiar en nosotras mismas. La erradicación de cualquier tipo de violencia jamás será una lucha inútil y menos si cada quien, desde sus trincheras, hace lo que le toca.

Con respeto, Adriana Dávila.

Diputada federal