Bastaron los primeros meses del gobierno de López Obrador para darnos cuenta de que el país iba directamente al precipicio. La sentencia la dio el presidente cuando llegó la pandemia y con regocijo nos informó que le “había caído como anillo al dedo”. Con ello llegaron las primeras renuncias de funcionarios públicos, que advertían sobre las tragedias que se avecinaban en salud, economía, seguridad, medio ambiente, entre muchas otras. No abundaré sobre lo que ya he escrito en otras colaboraciones y lo que se narra todos los días por periodistas, analistas, especialistas y actores políticos.

Lo cierto es que ante el desastre permanente y la polarización constante que el presidente ha fomentado entre los mexicanos, la desesperación nos invadió y hubo quienes apresuradamente y sin mayor análisis que la simple suma de resultados electorales, aseguraron que la única forma de combatir lo que sucedía era armar una gran coalición de todos los partidos de oposición para vencer en las urnas a MORENA. Se olvidaron por completo que en política dos más dos no son cuatro.

No hubo ningún análisis serio sobre las causas y circunstancias que nos llevaron a la derrota electoral en el 2018. Tampoco se tuvo un periodo de reflexión ni debate y menos autocrítica dentro de los partidos políticos de oposición. No se hizo un alto en el camino para revisar lo que había sucedido en el proceso electoral. En el caso del PAN, nuestras fracturas internas, que fueron evidentes en el Senado, y la postura inamovible del entonces Comité Ejecutivo Nacional para designar candidato a la presidencia de la República, generaron un colapso al interior que dificultaba la reconciliación entre los panistas.

Ocupados en el cambio de la dirigencia nacional y luego de la elección, se privilegió el acuerdo entre las élites partidistas, con la idea de que el momento que vivíamos como mexicanos ameritaba “llevar la fiesta en paz”. Esa renuncia a la democracia interna que ya habíamos experimentado -con el mismo argumento- en el 2009, no nos permitió darnos cuenta de que López Obrador arribaba a Palacio Nacional con el firme propósito de destruir no solo a sus adversarios políticos, sino también a las instituciones, proyectos y programas que se habían construido desde la pluralidad.

Denunciamos durante y después de la elección que el triunfo de López Obrador era, además, el resultado de un pacto entre su movimiento y el gobierno priista saliente. La experiencia de Acción Nacional en el tema de las coaliciones no era nueva y la realidad en datos nos indicaba que, a pesar de los triunfos electorales bajo esta figura, los resultados posteriores eran catastróficos para nuestro partido. Alguno de los gobernantes que las encabezaron se asumían superiores a la institución que los cobijó y otros tantos que regresaron a sus partidos de origen, le dejaron al PAN el descrédito de sus malas acciones de gobierno. Basta echarse un clavado a la historia.

Para muchos de nosotros, coaligarnos con el PRI era prácticamente imposible. Sabíamos lo que eso significaría porque lo vivimos en carne propia, pero ningún argumento fue válido para que la dirigencia de nuestro partido optara por buscar otras alternativas, especialmente de fortalecimiento interno. Nos desdibujamos y perdimos identidad.

La presión de algunos líderes de opinión, quizás con buena intención, pero con poco conocimiento de lo que pasa en el territorio y de lo que significa la vida interna de los partidos y su relación con los ciudadanos, así como la falta de democracia interna que desde hace mucho tiempo venimos padeciendo en el sistema de partidos, fueron algunas de las causas que nos llevaron a la conformación de la alianza PAN-PRI-PRD. Con ello le dimos al presidente López Obrador los elementos suficientes para colocarnos en el mismo nivel: los prianistas nos llama. Nos igualamos con nuestro adversario histórico con el que el titular del ejecutivo federal tiene más afinidad que diferencia.

Del 2018 al 2022 perdimos gobiernos estatales, diputaciones locales, municipios gobernados, pero especialmente, la confianza de los ciudadanos que empezaron a votar menos por nosotros. Los datos no mienten: las listas nominales crecen y los votos de Acción Nacional disminuyen; ya ni hablamos del número de militantes que conforman nuestro padrón.

Aunque el discurso triunfalista de la dirigencia haya sido que "le quitamos la mayoría calificada a Morena en el Congreso", la realidad hoy nos golpeó con gran rudeza. La coalición estaba sostenida con alfileres de complicidades, personajes cuestionables y simulación democrática.

Ante la amenaza y el uso de todo el aparato del estado, el PRI terminó regresando a su origen y el mandatario demostró que además de añorar el pasado, no olvida de dónde viene. La próxima discusión de la reforma constitucional al artículo 21, presentada por el tricolor es la ofrenda del "nuevo PRI" al presidente, a ese que fue su compañero de partido; en tanto Acción Nacional dejó de construir su propia historia, fortalecerse internamente y volver al origen para ofrecer futuro a las nuevas generaciones.

La dirigencia del PAN sigue rogando por mantener la coalición, pero desdeña a su militancia y también a los panistas sin credencial. No acaba de comprender el papel histórico que le toca jugar en un momento tan complicado frente a la destrucción de nuestras instituciones, la legalidad y el Estado de Derecho.

Estamos a tiempo todavía de corregir el rumbo. Apostar por nosotros mismos no es un desperdicio, es entender que el proyecto de país pasa por una reconciliación interna, sin exclusiones, con democracia, con participación de todos, aliados o no de los dirigentes. Al líder nacional del PAN, le dará más dividendos asumir la responsabilidad en la toma de decisiones que ceder el poder a sus amigos. De no comprenderse así, también estaremos destinados al fracaso.

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Política y Activista

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