A lo largo de la historia de la democracia en México, hemos visto desfilar a miles de candidatos para cargos públicos en los tres niveles de gobierno. En parte, debido a la gran cantidad de partidos políticos locales y a la mayor competencia, en términos de Giovanni Sartori, la oferta de opciones frente al electorado ha sido más amplia que nunca en casi tres décadas.

Sin embargo, las elecciones de este año en el Estado de México y Coahuila parecen ser diferentes, ya que nos encaminamos hacia una elección binaria, con prácticamente dos opciones agrupadas que comparten el mismo desafío: convencer al electorado de sus propuestas y objetivos.

Si queremos evitar las contiendas electorales marcadas por el vilipendio y la retórica vacía, es necesario tener altura de miras como clase política. Debemos ser propositivos y comprometernos a rendir cuentas y escuchar a los ciudadanos para ser empáticos. La persuasión y la diferenciación a través de propuestas claras y comprometidas es quizás el arma más poderosa que los cientos de candidatos deberán tener para atraer el voto el próximo 4 de junio.

Pero ¿cómo lograr una contienda institucional, moderada y con civilidad entre dos visiones extrapoladas a un grado aparentemente irreconciliable? La respuesta es el reto de la democracia mexicana contemporánea. Debemos recordar que en un proceso electoral existen reglas, no solo electorales sino también de comunicación política. El abandono o relego de estas reglas haría mucho daño al proceso, ya que la animadversión percibida tiene el riesgo de alejar al electorado de lo que debe ser una fiesta de la participación ciudadana.

Por lo tanto, un primer paso importante debería ser la firma de un Pacto de Civilidad por parte de los candidatos y candidatas, tanto en el Estado de México como en Coahuila. Este pacto debería prohibir por completo las campañas de insultos, la violencia o cualquier expresión que vaya en contra de la dignidad de las personas. Esto sería el mejor cimiento para arrancar el periodo de campañas dentro de un proceso electoral institucional, donde impere la templanza en las expresiones, el respeto a la ley y el rechazo a la violencia. Además, debería existir el reconocimiento de resultados por parte de ambos bandos.

Al final del día, los ganadores no podrán gobernar ignorando a las minorías, lo cual es una regla básica de la gobernabilidad democrática tanto para teóricos como para pragmáticos. De igual manera, quienes no resulten favorecidos con el voto deberán comprender que, además de la autorreflexión, lo más importante será tratar de conciliar visiones que se traduzcan en políticas públicas para el bien de los ciudadanos.

En resumen, debemos recordar que la democracia mexicana es un proceso que requiere compromiso, respeto y tolerancia para lograr una sociedad justa y equitativa. Es importante que, como políticos, asumamos la responsabilidad de conducir una contienda electoral civilizada, enfocada en las propuestas y objetivos; eso sería más sano y democrático que generar retóricas contrapuestas que poco o nada ayudan a mejorar el bienestar de los coahuilenses y los mexiquenses.

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