En 1943, el psicólogo Abraham Maslow planteó una teoría para determinar las necesidades del ser humano. En “A Theory of Human Motivation” (Psychological Review, 1943), Maslow estableció lo que hoy conocemos como “La pirámide de las necesidades humanas” o “Pirámide de Maslow”, para ilustrar desde las necesidades más básicas (fisiológicas como el hambre y la sed); hasta las necesidades de autorrealización, una escala más subjetiva para cada ser humano.

En el segundo nivel de necesidades, Maslow formuló que las necesidades de protección y seguridad eran las que todo ser humano procura luego de satisfacer sus necesidades fisiológicas. Es decir, sentirse fuera de peligro, es una de las necesidades básicas de toda persona, de modo que esta necesidad está cien por ciento en el nivel de aquellas orientadas a la supervivencia.

En la escala propuesta por Maslow, este segundo nivel es aquel que se refiere a  que las personas se sientan seguras del entorno en el que viven, es decir, sin enfrentar riesgos a su seguridad física (además de otro tipo de seguridades como la económica, por ejemplo).

Pero ¿cómo sabe una persona si está realmente segura o no? ¿qué evalúa cada ciudadano para decir “me siento seguro”? Es aquí donde estriba, me parece, la gran insuficiencia de las encuestas de percepción ciudadana. Que no se malinterprete mi planteamiento, las encuestas de percepción ciudadana son un elemento importante del pulso de la seguridad ciudadana, sin embargo, se tratan solo de una noción del tema y no del estado que estadísticamente guarda la seguridad pública.

Al no contar con una base estadística sólida como punto de partida para formular su opinión, el que un ciudadano se sienta seguro o no, se vuelve un ejercicio más subjetivo, pues realmente no se consideran los datos duros (cifras negras, denuncias, delitos por cada cien mil habitantes, por mencionar algunos) que la estadística arroja para que se pueda tener una decisión informada y mucho más apegada a la realidad.

Si la percepción fuera el único instrumento para decir que alguna unidad territorial, por ejemplo una alcaldía, es “la mejor para vivir”, entonces querría decir que, prácticamente, en ella no hay homicidios dolosos, ni delitos de alto impacto y que los delitos por cada cien mil habitantes tienen a dicha alcaldía en los primeros lugares de seguridad. Hago un paréntesis para recordar que medir los delitos por cada cien mil habitantes es la medida estándar para comparar válidamente, a través de la estadística, un territorio con otro.

Es precisamente en Benito Juárez donde la estadística desnuda al discurso: el comportamiento de la incidencia delictiva en las alcaldías de la Ciudad de México con datos del Consejo Ciudadano para la Seguridad y Justicia arroja datos reveladores para 2023 (SESNSP, 2023), pues seis alcaldías (entre ellas Benito Juárez) superaron la tasa de la Ciudad de México en delitos de alto impacto. En suma: en esas alcaldías ocurrieron más delitos que el promedio de la Ciudad.

Esta estadística se ve reflejada también en los datos oficiales del gobierno de la Ciudad de México (Informe de Seguridad, enero 2024): Benito Juárez es la tercera alcaldía con más delitos de alto impacto por cada cien mil habitantes.

En ésta última, las remisiones por delitos de alto impacto, destacan en las variantes de robo a transeúnte, delitos contra la salud y robo a negocio, de acuerdo con la Subsecretaría de Operación Policial de la Secretaría de Seguridad Ciudadana.

Los académicos dicen, con razón, que lo único que no se equivoca es la historia. Yo agregaría “y la estadística”, pues estamos frente a una incongruencia entre los datos duros y la opinión ciudadana sobre el subjetivo tema de “sentirse seguro”.

El riesgo latente es que temas tan sensibles como la seguridad pública son altamente susceptibles a politizarse, en consecuencia, la percepción ciudadana sobre seguridad podría comenzar a reflejar más un dato de opinión (como en una encuesta de partidos políticos) que el reflejo sólido del conocimiento de las cifras del delito en la alcaldía donde se vive.

Que sirva este contraste para comenzar a documentar los hechos del lugar donde vivimos. A todes nos conviene analizar los datos duros de nuestro entorno para formular opiniones más informadas y menos subjetivas. Esto es determinante para tomar decisiones con base en la ciencia y no dejarnos engañar por quienes buscan esconder la realidad utilizando como escaparate la percepción ciudadana y no la estadística descriptiva.

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