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La resiliencia del Cártel de Sinaloa

15/02/2019 |11:33
Redacción El Universal
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¿Quién es Joaquín Guzmán Loera: el líder del cártel de Sinaloa o un empleado más de este grupo del crimen organizado mexicano?

Esta es la pregunta en el centro del juicio que enfrentó “El Chapo” por 10 cargos en una corte federal de Brooklyn, en Estados Unidos. De acuerdo con la fiscalía, Guzmán era la cabeza de la organización, lo que le permitió acumular una fortuna personal de 14 mil millones de dólares. La defensa argumentó que Guzmán es un chivo expiatorio que laboraba a la sombra del verdadero líder del cártel, Ismael “El Mayo” Zambada García, que aún se encuentra en libertad.

El Cártel del Sinaloa es probablemente la organización delictiva más famosa de México, y ha sido, sin duda, la más longeva y poderosa. Su origen se remonta a la década de los años 70 y su actual líder, El Mayo, no ha sido capturado una sola vez. El gobierno mexicano ofrece 30 millones de pesos por información que lleve hacia él, y el de Estados Unidos ofrece 5 millones de dólares.

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El jurado deliberó esta semana sobre la suerte de Guzmán que será condenado a cadena perpetua. El juicio ha sido seguido de cerca en medios internacionales, pero en México no ha generado la misma atención. Medios locales así como investigadores especializados señalan que la información de los testigos de la fiscalía simplemente confirmó lo que se conocía hace tiempo: que el Chapo ya no era la principal figura del Cártel, que era una carga incluso; y que la estructura continúa operando con impunidad bajo otro mando.

Pero la pregunta es, ¿qué queda de la estructura del Cartel de Sinaloa? ¿Es aún la poderosa organización que prácticamente monopolizó el tráfico de cocaína a Estados Unidos durante décadas? Varios especialistas mexicanos e internacionales han insistido repetidamente en la inefectividad de la llamada política de “descabezamiento” que siguieron las administraciones anteriores. Esta política dio como resultado la recaptura de Guzmán en 2014 y nuevamente en 2016. Si bien el juicio a El Chapo es un paso emblemático en la historia del narcotráfico en México, el gran pendiente continúa siendo el desmantelamiento del Cártel.

Uno de los obstáculos para responder las preguntas anteriores es la complejidad conceptual del término “crimen organizado” y el riesgo que entraña su campo de estudio. Por ejemplo, la Organización de Naciones Unidas lo define como un grupo estructurado de tres o más personas que existe durante cierto tiempo y que actúa concertadamente con el propósito de cometer uno o más delitos graves para obtener un beneficio económico. Es evidente que bajo este razonamiento es difícil acotar el alcance y el peligro que una organización como el Cártel de Sinaloa y diferenciarlo de bandas de delincuentes comunes. Autores como Gímenez-Salinas argumentan que la principal diferencia recae en la capacidad de penetración política y económica de los primeros.

Este aspecto ha sido ampliamente documentado en México, no solamente sobre el Cártel de Sinaloa sino sobre otros grupos del crimen organizado que han rivalizado con él. Durante el juicio de Guzmán, varios testigos relataron que casi todos los niveles del gobierno mexicano están involucrados en el narcotráfico. Sin embargo, con el fin de la presidencia de Felipe Calderón vino un cambio de paradigma: el consenso entre especialistas es que la época de los grandes cárteles terminó y que esas enormes estructuras se fragmentaron en pequeñas unidades anárquicas.

Se dice que estas organizaciones optaron por cometer otros ilícitos menos complejos que el trasiego de drogas como las extorsiones, el robo de hidrocarburos, la piratería, entre otros. La hipótesis de la diversificación delictiva se mantiene como la narrativa dominante en torno al funcionamiento de los grupos delictivos policriminales y del agravamiento de las condiciones de seguridad en México.

De los anteriores grandes cárteles, del único del que se sigue hablando como una gran estructura es el Cártel de Sinaloa. Esto significaría que todavía es una organización cuyo objetivo principal es cometer negocios criminales, que hay continuidad y tradición en el negocio, que tiene una vocación de permanencia, que ejerce violencia hacia el interior y el exterior de la estructura, que tiene capacidad de corrupción, y que utiliza herramientas como el lavado de dinero para diluir sus actividades criminales en un ámbito de legalidad. Lo que es una incógnita es la magnitud de sus operaciones actuales y las características de la estructura con el nuevo mando.

Gímenez-Salinas sostiene que dos tercios de las organizaciones criminales en el mundo se caracterizan por una estructura jerárquica y formal, mientras que el resto es representativo de una estructura más fluida y descentralizada, con una distribución de poder horizontal entre sus miembros. Si bien en la cultura popular se suele hablar de los cárteles, especialmente el de Sinaloa, como estructuras jeárquicas piramidales, la evidencia presentada en el juicio y la bibliografía apuntan en otra dirección.

En un artículo publicado en El País, los periodistas Pablo Guimón y Sandro Pozi argumentan que los testimonios presentados en el juicio Guzmán muestran cómo “los cárteles no son pirámides perfectas como las que se enseñan en las escuelas de negocios, sino complejos enjambres en permanentes conflictos de poder.” La literatura académica respalda estas afirmaciones. La ilegalidad en la que operan las organizaciones criminales distorsionan los parámetros de la economía legal, primando la seguridad sobre la eficiencia en la ejecución de sus operaciones.

Según las categorías en las que se clasifican los grupo criminales, el Cártel de Sinaloa, al menos bajo el liderazgo de Guzmán, se asemejaría más a una jerarquía regional dado al alcance geográfico de sus operaciones. Los testigos dieron amplia información sobre el reparto de funciones dentro del cártel que se decidían según su experiencia, pericia, contactos y relaciones de confianza con el líder. Pero este funcionamiento podría haber cambiado, especialmente por el papel que se presume que juega la familia de El Mayo en las operaciones de la organización.

El Chapo fue declarado culpable, pero el efecto que esto tendrá en la vida de la organización es incierto. La resiliencia que ha mostrado el Cártel durante décadas desbarata explicaciones simplistas como las que culpan a un cambio de modelo económico o que prometen la legalización de la marihuana como una forma eficientísima de debilitarlos. También es una prueba contundente de que un enfoque que privilegie el descabezamiento o el uso de la fuerza es insuficiente. El Cártel de Sinaloa es todavía una peligrosa caja negra.

Ana Velasco

Observatorio Nacional Ciudadano

@ObsNalCiudadano