Quedarse en casa para no contagiarse de Covid-19 le generó a David incertidumbre y angustia, pero también desánimo. Sobre todo cuando debía levantarse por las mañanas, bañarse, desayunar y sentarse frente a la computadora para tomar sus clases en línea.

“Me costaba trabajo levantarme de la cama para iniciar las clases en línea. No me gusta lo rutinario, y los días para mí eran grises; horribles porque se me hicieron monótonos”, comenta.

El adolescente de 14 años, quien cursa el tercer grado de secundaria, dice que en los días de encierro “no le encontraba sentido a nada, me costaba trabajo levantarme para hacer cosas”. En ocasiones se acostaba y se levantaba tarde. Tanto, que no alcanzaba a tomar todas sus materias.

“Perdí por completo mis hábitos escolares, incluso los alimenticios. Podía comer a las seis de la tarde o a las ocho de la noche. Siento que perdí el entusiasmo por muchas cosas. Ya no disfrutaba, por ejemplo, ver una película o jugar un videojuego”, narra.

David, quien piensa estudiar Química Orgánica, cuenta que escuchar información sobre muertes y contagios, principalmente cuando inició la pandemia en México, le causaba temor, pues pensaba que él o sus familiares podrían enfermar.

Dice que aunque ya asimila más lo que ocurre, prefiere no ver noticiarios para que no haya nada que lo altere emocionalmente.

El adolescente explica que le causa incertidumbre qué pasará cuando ingrese a la preparatoria, pues su hermana, quien estudia en la universidad, “ni siquiera ha ido a conocer su facultad. Eso me causa miedo; volver a tomar clases en línea y no poder hacer nuevos amigos”.

Minerva, su mamá, cuenta que David dejó de comer, de hacer ejercicio y de realizar cosas que le gustaban. “Estaba muy decaído. Manejaba mucho el miedo por el temor a contagiarse”.

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