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La tribu caza pájaros lanzando pequeñas piedras, cuando el enorme mamut irrumpe y RUGE –y al mismo tiempo un pequeño humano RUGE como el mamut. Luego, todos corren…
Ese rugido de mamut proferido por una mujer humana –quiero imaginarla mujer-- es el inicio de lo que nos hace la especie que somos. La especie capaz de imitar lo que no somos. La especie capaz de representar al Otro.
Saltemos 10 años, o 100, o mil. La tribu ha aprendido a imitar a otros seres y representa al fondo de la cueva, en la luz temblorosa de la hoguera, la cacería de esa mañana. Cuatro hombres son el mamut, tres mujeres son el río, hombres y mujeres son pájaros, árboles, nubes. Así, la tribu captura el pasado con su don para el teatro. Más asombroso: así la tribu inventa posibles futuros: ensaya posibles formas de vencer al enemigo de la tribu, el mamut.
Los rugidos, los silbidos, los murmullos –las onomatopeyas de ese primer teatro—se volverán lenguaje verbal. El lenguaje hablado se volverá lenguaje escrito. Por otro derrotero, el teatro se volverá ritual y luego cine. Y en la semilla de cada una de estas formas seguirá estando el teatro. La forma más sencilla de representar. La forma viva de representar. El teatro, que mientras más sencillo más íntimamente nos conecta a la capacidad humana más asombrosa, la de representar al Otro.
Hoy celebramos en todos los teatros del mundo esa gloriosa capacidad humana de hacer teatro. De representar, y así capturar nuestro pasado para entenderlo --o de inventar posibles futuros para la tribu, para ser más libres y más felices.
Hablo por supuesto de las obras de teatro que realmente importan y trascienden el entretenimiento. Esas obras de teatro que importan, hoy se proponen lo mismo que las más antiguas: vencer a los enemigos contemporáneos de la felicidad de la tribu, gracias a la capacidad de representar.
¿Cuáles son los mamuts a vencer hoy en el teatro de la tribu?
Yo digo que el mamut mayor es la enajenación de los corazones humanos. Nuestra pérdida de la capacidad de sentir con los Otros: de sentir compasión. Y nuestra incapacidad de sentir con lo Otro no humano: la Naturaleza.
Vaya paradoja. Hoy, en la orilla final del Humanismo –de la era del Antropoceno—de la era en que el humano es la fuerza natural que más ha cambiado y cambia el planeta-- la misión del teatro es inversa a la que reunió a la tribu originalmente para hacer teatro al fondo de la cueva: hoy debemos rescatar nuestra conexión con lo natural.
Más que la literatura, más que el cine, el teatro –que exige la presencia de unos seres humanos ante otros seres humanos-- es maravillosamente apto para la tarea de salvarnos de volvernos algoritmos e imágenes en una pantalla. Puras abstracciones.
Quitémosle al teatro todo lo superfluo. Desnudémoslo. Porque mientras más sencillo el teatro, más apto para recordarnos lo único innegable: somos mientras somos en el tiempo, somos mientras somos carne y huesos y un corazón latiendo en nuestros pechos. Somos aquí y ahora solamente.
Viva el teatro. El arte más antiguo. El arte que sucede en el presente. El arte más asombroso. Viva el teatro.