“Estar preso por violación es lo peor”

Apizaco, Tlax.— Estar en la cárcel por un delito contra la mujer se paga “muy caro, estoy consciente de ello”, admite José Luis “N”, preso por violación en el Centro de Reinserción Social (Cereso) de Apizaco.

En diciembre de 2018 el joven de 35 años fue detenido por la policía en su domicilio del municipio de Yauhquemehcan, Tlaxcala, por abusar de una menor de 12 años de edad en su casa.

Sentenciado a seis años y ocho meses de cárcel por dicho delito, mediante procedimiento abreviado al declararse culpable, confiesa sin titubear: “Acepto, soy un violador”.

Relata que cuando se llega a la cárcel por delitos contra las mujeres es lo peor, porque en su caso también intentaron violarlo sus compañeros del Cereso, que tiene una población de 490 internos del fuero común y federal.

Al inicio de la entrevista, a la que accedió sin resistencia, José Luis se dijo inocente y culpó a los abogados de oficio de no atender su caso, pero minutos después matiza: “Sí lo hice, sinceramente. En mi caso, un delito de violación. Cuando cae uno aquí preso por este tipo de delitos es lo peor que puede haber; si así, afuera la sociedad nos juzga por malos, llegando aquí es mucho peor”.

En una oficina del centro de reclusión, José Luis, padre de tres hijos, relata que de tres años para acá los detenidos que ingresan al Centro de Reinserción Social de Apizaco por violación ya no son intimidados por la población penitenciaria, como antes.

“Hace tres años y medio aproximadamente se les infundía terror sicológico a las personas que vienen por violación. Estaban aquí personas que golpeaban a los que venían por violación, intentaban violar, porque en mi caso intentaron, en otros casos, de otras personas que conozco, no se pudieron defender y fueron violados por los propios internos”.

Asegura que entre los mismos internos se ha tomado conciencia con los diferentes programas y talleres que les imparten en el penal por parte de autoridades penitenciarias y de la sociedad civil.

Arrepentido de lo que hizo, José Luis afirma que todo se puede cambiar y pide a las personas pensarlo dos veces antes de cometer delitos.


“Me acusó mi hermana por una herencia”

Apizaco, Tlax.— “No pensé y aquí estoy”, señala Rigoberto, quien desde hace 10 años cumple una condena de 12 años, seis meses de prisión por el delito de violación.

En el Centro de Reinserción Social (Cereso), ubicado en San Luis Apizaquito, el hombre de 53 años comenta en entrevista con EL UNIVERSAL que su hermana lo acusó de abusar sexualmente de su sobrino menor de edad en una bodega.

“Me encontraba en una bodega y me acusó que ahí me llevé al niño; de todas esas cosas que se supone que sí, pero así es esto” (sic).

No obstante, Rigoberto, albañil de oficio, asegura que el problema que le llevó a la prisión fue la herencia de un terreno que su padre les dejó a los nueve hermanos.

“El problema es por una herencia de un terreno que mi papá me dio, pero falleció y mi hermana se lo escrituró por sus pantalones.

“Yo le dije a mi hermana que eso no estaba bien, lo que había hecho, y que si no sabía en qué problema se había metido, que se iba arrepentir toda su vida.

“Me acuerdo, me dijo, porque yo llegué tomado: ‘tú les dices a mis hermanos y te vas a arrepentir toda tu vida’, pero entre mí dije: ¿qué me puede hacer mi hermana”.

Asegura que se siente mal de que lo señalen como violador porque, dice, dentro del penal “le echan grilla a uno, pero aquí estamos”.

Al preguntarle cómo considera la violencia contra las mujeres, Rodrigo agacha la mirada y responde:

“No tenemos televisión aquí, pero está canijo porque todos los que entran por estos delitos pagamos la condena”.

A las personas que cometen delitos contra las mujeres, el señor Rodrigo les dice que está mal y les recomienda que no lo deben de hacer, porque “de que se paga, se paga caro. ¿Se imagina cuántos años le echan a uno? Y hay que estar aquí entanbado, no de hay de otra”, asevera con resignación.

Afirma que durante la década que lleva preso se ha dedicado a trabajar y a participar en los cursos y talleres que imparten las autoridades penitenciarias.

“Todo el mundo comete errores y por algo Dios me trajo para acá”, asegura Rigoberto.


“He tenido errores, por lo cual estoy yo aquí”

Apizaco, Tlax.— Por supuestamente haber prostituido a su hija, Jesús “N” lleva dos años preso en el Centro de Reinserción Social (Cereso) de Apizaco.

Su esposa lo acusó en 2020 y desde entonces está a la espera de ser sentenciado para saber si tendrá esperanza de recobrar su libertad.

Vestido con una camisa a rayas y pantalón de mezclilla, el hombre de 45 años asegura que las acusaciones son en realidad por la disputa por la guardia y custodia de su hija.

“Estoy acusado por el delito de trata de personas y mi esposa me acusa [de] que prostituía a mi hija, se podría decir que eso fue por la disputa de la guardia y custodia”, menciona previo a que la gobernadora de Tlaxcala, Lorena Cuéllar Cisneros, visitara el penal para firmar un convenio de colaboración con las asociaciones civiles Reinserta y Organización Comunitaria por la Paz (Ocupa) para promover la reinserción de jóvenes privados de la libertad mediante talleres y actividades educativas.

Jesús afirma que la acusación de trata de personas que lo mantiene preso es muy mediática en el estado de Tlaxcala, así como a nivel nacional.

“El tema es muy mediático aquí en Tlaxcala, a nivel nacional, pues lógico viene un proceso.

“Son hechos de 2020, voy a cumplir dos años en el penal”, cuenta en entrevista con EL UNIVERSAL.

Relata que en el tiempo que lleva preso ha participado como encargado de la biblioteca, a la cual ayer le fueron donadas cinco toneladas de libros por Reinserta, lo que, dice, le ha ayudado bastante para asimilar todo lo que está viviendo en la prisión.

“Reconozco que no soy una persona perfecta, he tenido errores, por lo cual estoy yo aquí. Mi proceso se está llevando un poco lento, han estado difiriendo audiencias y no sé en qué pare esto, la verdad”.

Considera que muy pocos de los presos del Centro de Reinserción Social quieren hablar de sus delitos, porque “no sé si les dé pena, pero a través del tiempo agarran confianza y empiezan a platicar”, narra.

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