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Hace tres años, a sus 55, a María le detectaron cáncer cervicouterino. La noticia fue una sorpresa. Por su edad ya no era candidata ideal para la vacuna contra el Virus del Papiloma Humano (VPH), el cual desencadena este tipo de cáncer, pero cada mes iba a su cita con el ginecólogo y se realizaba estudios anuales para descartar enfermedades.
Como ella, entre 2012 y 2016, se diagnosticaron a 16 mil 521 mexicanas con este padecimiento, un promedio de 3 mil 300 casos cada año. Esta cifra no ha logrado bajar en más de cinco años. Siete de cada 10 de las afectadas tenían entre 25 y 59 años, de acuerdo con datos de la Secretaría de Salud (Ssa).
El resultado de las 5 millones 398 mil vacunas contra el VPH que la Secretaría de Salud aplicó de 2012 a 2016 a niñas de 11 años o que cursaran el quinto grado de primaria aún no es medible en la salud de las mexicanas. Para conocer la verdadera efectividad del medicamento tienen que pasar entre 10 y 30 años después de la primera aplicación, aseguran especialistas.
“Habrá un seguimiento para revisar la salud de estas niñas que estamos vacunando. De manera inmediata puedes ver que evita verrugas asociadas con VPH, pero para evitar el cáncer tenemos que esperar muchos años”, explica Juan Luis Gerardo Durán, director general del Centro Nacional para la Salud de la Infancia y Adolescencia (CeNSIA).
En la Ciudad y el Estado de México, Puebla, Jalisco y Guanajuato se aplicaron dos de cada cinco del total de las dosis que repartió la Ssa. Hay entidades como Baja California, Guerrero, Querétaro y Tamaulipas en las que se triplicó la aplicación entre 2012 y 2016.
“La apuesta del sector salud mediante las jornadas de vacunación es prevenir el cáncer, porque la vacuna no lo quita, sólo disminuye las probabilidades”, asegura el doctor José de Jesús Curiel Valdés, patólogo clínico experto en este virus. En total se conocen 14 diferentes cepas de VPH que pueden desencadenar en cáncer. La inmunización que aplica la Ssa únicamente protege de dos. “Hay otros 12 virus más por los que las mujeres se pueden infectar, por eso, la vacuna es una protección a 60% o 70%”, afirma.
Enfermedad y prevención
En México, el cáncer cervicouterino es la segunda causa de muerte en mujeres. María luchó los últimos tres años contra esta enfermedad. No tuvo la oportunidad de vacunarse porque cuando el medicamento contra el papiloma llegó a México en 2008, ella tenía 48 años.
“Las mujeres pueden aplicarse la vacuna sin problema, pero si ya iniciaron su vida sexual, no sabemos qué tanto les pueda servir. Además, la realidad es que nos quedamos o rechazamos al virus según cómo es nuestro sistema inmunológico”, indica el doctor Curiel Valdés.
Sin la inmunización, María confió en la prevención secundaria. Hacía todo por mantenerse sana: correr, nadar e ir a sus chequeos médicos anuales. “Incluso, antes de saber que lo tenía, participé en carreras contra el cáncer. Quién se iba a imaginar que un par de años después yo estaría en esa situación”, cuenta.
Los primeros signos de alerta fueron unos coágulos al orinar, pero no tenía ningún tipo de dolor. María lo relacionó con su menstruación. Su seguridad estaba respaldada por los más de cinco años que llevaba realizándose la prueba del Papanicolaou y que en todos sus resultados su organismo se mostraba sano.
Un par de años después, cuando María tenía 52, una hemorragia sin motivo aparente encendió nuevamente los focos de alerta. “Pensé de nuevo que era por mi periodo, pero no dejé de sangrar por días y era demasiado”, relata.
De su clínica la enviaron al Hospital General Enrique Cabrera. Ahí le hicieron una serie de estudios. Un nuevo Papanicolaou y varias muestras de sangre. Sus resultados: no había nada grave en su cuerpo. La recomendación fue que cada mes asistiera a citas con el ginecólogo para estar en observación. “Todo está bien, el sangrado es normal, póngase esta pomada y con eso disminuirá el sangrado”, le dijo el especialista. Pero por tres años, María no dejó de sangrar. Ni ella ni los médicos encontraban una explicación. “Le comenté al doctor que si no creía necesario una colposcopía [exploración vaginal], pero me decían que todo era parte de mi menstruación. Además, nunca me dolió nada. Algunas veces me daban cólicos, pero no eran muy fuertes”, dice María.
En una de sus revisiones mensuales, una doctora distinta a su médico usual escuchó su historial y al saber que llevaba años con un sangrado abundante sin motivo le mandó realizar una biopsia. Sólo quedaba esperar. Seis años después de la primera sospecha, a sus 55, María fue diagnosticada con cáncer cervical avanzado. Esta enfermedad se mantuvo oculta, ya sea por negligencia médica, como asegura esta mujer, al no realizarle los estudios indicados, o porque el cáncer usualmente se presenta a una edad adulta, razón por la que actualmente se está previniendo en menores de edad.
“Se vacuna a mujeres jóvenes que podrían desarrollar cáncer dentro de 20 y 25 años, y quizá hasta dentro de ese periodo podremos tener la certeza de que ninguna de ella se infectó a causa de los virus 16 y 18 que son los que contempla la vacuna”, asegura el doctor Valdés.
Una lucha de años
Al igual que María, entre 2012 y 2016, 3 mil 714 mexicanas entre 50 y 59 años fueron diagnosticadas con un tumor maligno en el cuello del útero. Un promedio de 742 nuevos diagnósticos por año. Baja California Sur, Campeche y Colima son los estados con mayores tasas de diagnóstico en mujeres de esa edad.
“Detectar el cáncer es difícil, en promedio un paciente visita de cinco a seis médicos distintos hasta que recibe un diagnóstico de esa enfermedad. Esto también tiene que ver con que usualmente vamos con otro especialista cuando algo nos duele en lugar de visitar un oncólogo profesional”, dice la sicóloga Raquel Menéndez, coordinadora del Centro de Apoyo para la Atención Integral del Instituto de Cancerología.
Los siguientes tres años después del diagnóstico fueron una batalla diaria para María. Para eliminar las células cancerígenas de su cuerpo necesitaba radiación. El cáncer en etapa tres era difícil de eliminar. En sólo 12 meses su cuerpo tuvo que resistir cuatro sesiones de quimioterapia, 25 de radioterapia y finalmente braquiterapias, que consisten en introducir unos focos para quemar las células cancerígenas. Todo para que el tumor cediera hasta un tamaño en que pudiera ser operado.
El organismo de María comenzó a resentir cada procedimiento: caída de cabello, sensaciones de asco y dolores musculares, debido a los efectos de la radiación. Fue su día a día durante meses. Su dieta cambió estrictamente porque su intestino estaba débil a causa del tratamiento. Pero después de todo el desgaste físico y emocional, el tumor finalmente cedió y pudieron operarla.
Cuando María despertó después de la cirugía, sus ojos se llenaron de lágrimas. Los doctores le aseguraron que la operación había sido exitosa, ahora la emoción la invade cuando recuerda el momento en que el médico la recibió al salir del quirófano. “El ánimo con el que entraste al quirófano y tu buena actitud te salvaron”, le dijo el doctor.
Pasaron seis meses desde la operación. María no tiene matriz, pero tampoco tiene indicios del tumor cancerígeno que le hizo temer por su vida, aunque para descartar cualquier nuevo brote de cáncer son necesarios al menos cinco años posteriores a la operación.
Esta enfermedad siempre lleva una espera. Tanto para eliminarla como para la detección. Las más de 5 millones de mexicanas que fueron vacunadas de 2012 a 2016 tendrán que esperar casi una década para confirmar que la vacuna tuvo un efecto positivo en sus cuerpos y las protegió del papiloma humano.