Este domingo son las elecciones en Coahuila y el Estado de México. La alianza opositora y la alianza oficialista pintan para “repartir” victorias, en lo que se proyecta como un empate pírrico para el PRI que muy probablemente amanecerá el lunes reducido a una escuálida sombra que apenas permanece en Durango y Coahuila; eso es el domingo, el lunes empieza la campaña presidencial y Va por México tiene que decidir.
De cara al 2024, el problema de fondo con la alianza opositora es básicamente el mismo que ya quedó muy claro en la campaña del Estado de México: Para integrar bajo la misma carpa a partidos tan históricamente enfrentados e ideológicamente separados como el PRI, el PAN y el PRD, Va por México se diseñó como forma sin fondo. Los partidos entraron en la alianza bajo el entendido de que los elementos ideológicos e históricos que les dan identidad se quedarían fuera del edificio.
Por lo tanto, toda la narrativa común se construyó a partir del rechazo al presidente López Obrador, con algunos añadidos incoloros para no hacer enojar a nadie, y se envolvió en un paquete con diseño gráfico bonito, pero inevitablemente predecible e irremediablemente aburrido.
Es comprensible que los líderes opositores optaran por este camino; después de todo, para darle “fondo” a Va por México hubiera sido necesario un intenso y amargo ejercicio de autocrítica y de redefinición en los 3 partidos, proceso que ninguno de sus dirigentes tiene el liderazgo o la capacidad como para impulsar; así que optaron por la solución que tenían más a la mano: Apalancarse en el antiobradorismo para ser competitivos en las elecciones.
¿Ha funcionado? Más o menos. La buena es que, en 2021, lograron impedir que Morena se quedara con la mayoría constitucional en la Cámara de Diputados; la mala es que han fracasado en la mayoría de las elecciones a gobernador, y el modelo no les va a alcanzar (ni de lejos) para ganar las elecciones presidenciales.
¿Por qué? A diferencia de las elecciones intermedias, donde la atención se diluye en una multitud discordante de candidaturas a diputados y senadores, que pueden construir un lienzo de matices dependiendo del distrito/candidato, cuando se elige presidente la atención se centra en esa elección y todas los demás quedan en segundo plano.
La del titular del poder ejecutivo (ya sea gobernadora o presidente) es, por su propia naturaleza, una decisión centrada en lo que representan los candidatos y en cómo su narrativa personal se integra con la del partido que le respalda. Ahí Va por México, entrará con una muy seria desventaja, sin importar quién sea el candidato; este y su equipo tendrán que enfrentar una muy difícil decisión en la que hay básicamente 2 sopas:
La primera es que Va por México siga como va, como una alianza vacía de contenido y apalancada únicamente en el antiobradorismo, lo que implicará que consigan aproximadamente el 35% de los votos. No los aplastarán, pero será imposible ganar la presidencia; en todo caso, la candidatura presidencial quedará reducida a una mera estrategia para respaldar las campañas al congreso y a los estados donde la oposición es competitiva.
La otra opción es mucho más audaz, pero también mucho más arriesgada: darle un verdadero fondo al mensaje de la alianza y de su candidato, a partir de una agenda concreta y una alternativa más allá del antiobradorismo, con el riesgo de que los detalles de esa alternativa hagan enojar en más de algún punto a los priístas, los panistas o los perredistas que, en represalia, podrían votar por Morena o simplemente quedarse en sus casas el día de la elección.
Este segundo camino implica que, si la estrategia se aplica muy bien, si el mensaje y la candidata encajan y convencen, entonces sí, la oposición pueda ganar la presidencia; del otro lado, si lo hacen mal, el porcentaje de votos para Va por México podría quedar por debajo del 30%; incluso la alianza se fracturaría, dividiendo el voto opositor y provocando un triunfo absoluto del obradorismo, no sólo en la presidencia, sino en todos los demás cargos que estén en juego.
La decisión no es sencilla, de ello suena bastante amarga en cualquiera de sus opciones. Sin embargo, como hace unos años dijo Ricardo Anaya “en política se comete un error y lo demás son consecuencias” y misma la cadena de errores que llevó al poder a AMLO tiene a la oposición en una ruta de espinas, donde solo queda elegir entre dos opciones potencialmente desastrosas. Va por México tiene que decidir, y el tiempo se les está acabando.