Durante los próximos meses usted escuchará muchas veces cosas como “según nuestras encuestas, estamos empatados”, “las encuestas no son creíbles porque solo entrevistan a mil personas” o “yo no creo en las encuestas porque a mí no me han preguntado”. He aquí tres breves consejos para abrirnos paso en el mar de información que tendremos ante nosotros con tantas encuestas que se publicarán próximamente.
Primero, es importante entender por qué una encuesta sirve para conocer algo sobre una población, como pueden ser las preferencias electorales en un estado o el nivel de aprobación de un gobernante. La razón es parecida a el por qué basta con una prueba de sangre para detectar la presencia de un virus o bacteria: no necesitamos analizar toda la sangre en el organismo de una persona para determinar si el virus o bacteria está presente, sino que basta con analizar una muestra. Las encuestas serias dedican esfuerzo en diseñar su muestra, es decir, en escoger los lugares y los momentos para recolectar información.
La segunda cosa que tenemos que respondernos cuando vemos una encuesta es “¿a quién representa la muestra levantada?”. Para ello, debemos poner atención a la nota metodológica que debería estar incluida en los reportes. Si no se incluye una nota metodológica, podemos empezar a dudar de los resultados. Por ejemplo, una encuesta en hogares es distinta a una encuesta levantada en una plaza pública porque las características de las personas que son más probables de ser entrevistadas cambian entre lugares, lo cual tenderá a influenciar o sesgar las respuestas.
En el extremo de este tipo de sesgos se encuentran los sondeos, como los que se realizan en redes sociales y en las que se lanzan preguntas dirigidas al público que usa dichas plataformas. Estos resultados no solo reflejan las preferencias o niveles de aprobación de quien responde, sino el hecho de que hay características de las personas que las hace más probables de ser seguidoras de los personajes o portales que realizan los sondeos.
La tercera cosa que debemos tener en mente es la interpretabilidad de los cambios observados en encuestas que se realizan a lo largo del tiempo. Frecuentemente escuchamos, incluso a los encuestadores mismos, hacer toda una trama interpretativa sobre el punto o punto y medio que subió la aprobación de tal o cual persona, o el medio punto que cayó la intención de voto de algún partido.
Sin embargo, debemos tomar en cuenta que existe el error muestral, que es el costo que pagamos por no poder estudiar a la población, sino que tenemos acceso a una muestra. Entonces, una diferencia, por ejemplo, en intención de voto, puede aparecer en una encuesta a pesar de que dicha diferencia sea inexistente en la población. Por eso las encuestas deben reportar un margen de error, es decir, un rango dentro del cual tiene poco sentido hablar de diferencias e interpretar cambios en el tiempo.
Para quienes buscamos obtener información a través de las encuestas, es importante aprender a identificar cuándo se trata de un estudio serio o cuándo estamos frente a propaganda. De hecho, el INE y los organismos electorales a nivel estatal vigilan que las empresas encuestadoras reporten sus metodologías y revelen quién financia los estudios. Las encuestas proveen información valiosa si se interpretan con cuidado, con la misma cautela con que se debe considerar la opinión de quien las demerita solo porque los resultados no les favorecen.