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Las manos levantadas con la señal de victoria tapizaron el Zócalo. El silencio se impuso, el cielo nublado y el viento frío enmarcaron la escena de funeral al que asistieron 90 mil dolientes.

Las 18:10. Esa hora permanece grabada en la memoria de los sobrevivientes del 68, como el momento en que vieron las luces verdes de bengala sobre la Plaza de las Tres Culturas y escucharon los primeros disparos que anunciaban la represión contra los estudiantes.

Es la misma hora de ese trágico día y se llora a los caídos. Se demanda: “¡Ni perdón ni olvido!” “¡Castigo a los asesinos!”, y surge el minuto de silencio por los ausentes.

El Zócalo retumba por la exigencia sin respuesta desde hace medio siglo: “¡Justicia! ¡Justicia!”.

A ese grito se suma otra demanda de justicia, por el caso de los 43 normalistas de Ayotzinapa.

Faltaron muchos, algunos por la edad o condiciones de salud no pudieron asistir; los muertos estuvieron en fotografías: Raúl Álvarez Garín y Luis González de Alba, quienes de esta forma acompañaron a los sobrevivientes.

En la marcha que partió de Tlatelolco y llegó a la Plaza de la Constitución, tres generaciones caminaron: “Los abuelos del 68, los padres de la huelga del 99, los hermanos de Ayotzinapa”, gritaban. La Secretaría de Seguridad Pública de la Ciudad de México reportó la participación de 90 mil personas.

Estudiantes de bachillerato y licenciatura corearon al ritmo de batucada: “Por qué nos asesinan, si somos la esperanza de América Latina”. En mantas y pancartas reclamaron: “Mis padres me dijeron: ‘Te vas a estudiar, pero si hay problemas te pones a luchar’”.

Una figura del ex presidente Gustavo Díaz Ordaz circuló en medio del contingente y en el Zócalo los manifestantes le prendieron fuego.

Cansados, apoyados en bastones, algunos incluso en sillas de ruedas, los brigadistas e integrantes del Consejo Nacional de Huelga, sobrevivientes de la represión del 2 de octubre de 1968, marcharon. El cuerpo habrá envejecido, pero el espíritu se mantiene rebelde.

“Estoy muerta de cansancio pero contenta por haber asistido a la marcha y recordar a mis compañeros caídos”, dice Ana Ignacia Rodríguez La Nacha, ex brigadista de la UNAM.

El Comité 68 encabezó la descubierta: Félix Hernández Gamundi, Ana Ignacia, Cruz Mejía, Juan José Trejo, Moisés Ramírez, Pastor Cruz Toledo, Enrique Espinosa, Myrthokleia González, entre otros. También estaban los padres de los 43 normalistas de Ayotzinapa.

Juntos piden eliminar la violencia contra los estudiantes de ahora, exigen la expulsión de los porros de las universidades.

“Cuando atacan a los jóvenes de Ayotzinapa, atacan a una nación entera; cuando se ataca a una jovencita indefensa en alguna universidad, debemos entender y reaccionar, porque están atacando a nuestros hijos e hijas”, acusa Félix Hernández Gamundi.

Juntos caminan estudiantes de la UNAM, del Politécnico y de la UAM; colectivos de la sociedad civil, sindicatos, y damnificados del 19-S.

El ambiente pacífico de la marcha se tensa con la aparición de encapuchados que explotan cohetones y hacen pintas. Los gritos de padres de familia, estudiantes y comerciantes: “Sin violencia, sin violencia” y “Fuera, fuera”, apagan a los provocadores. Otro grupo de anarquistas rompe cristales de una tienda de ropa y llega el rechazo.

La movilización concluye con la instalación del antimonumento dedicado a los caídos en 1968, en la esquina con Madero. Mientras el gobierno de la Ciudad evalúa su permanencia, una veladora mantiene la esperanza de justicia: “2 de octubre no se olvida”.

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