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Angy se observa en un espejo, mira cada parte de su cuerpo y sonríe, se enorgullece porque hace cinco años no era capaz de realizar ese acto tan simple, le daba miedo ver su reflejo y encontrarse con los 175 kilogramos que pesaba y que se convirtieron en una carga más emocional que física. Ahora se acepta con sus 90 kilos, se gusta y va por más.
Quien la conoció hace cinco años quizá no la reconozca, sobre todo porque a partir de la manga gástrica y el bypass que le realizaron en el Hospital General Dr. Rubén Leñero, Miguel Ángel Flores decidió que era momento de iniciar un cambio que anheló por muchos años: convertirse en mujer.
Pasar de la talla 44 a la 38 es un logro de largo aliento que inició en 2014, cuando una doctora le advirtió que su obesidad ya se le había salido de las manos y tenía que hacer algo para revertirla o le podría costar la vida.
La báscula marcó 175 kilogramos cuando la pesaron, mientras que por su estatura de 1.55 metros debía bajar cerca de 115 kilos. De inmediato la enviaron con un médico internista para checar que no tuviera enfermedades relacionadas con la obesidad, como diabetes o hipertensión, y también tuvo que acudir con una sicóloga y una nutrióloga.
Su meta inmediata es bajar cinco kilos por mes hasta llegar a los 60 y poder someterse a la cirugía reconstructiva. “Me van a quitar los gorditos, el pellejo es pura grasa y llega a pesar diez kilos, me tienen que quitar ese exceso de piel del mandil, de las piernas y de los brazos”, dice. La peor época en la vida de Angy fue la secundaria, ya que “siempre me trataban como el gordito y me agarraban de botana, no me gustaba eso”. La adolescencia fue complicada, porque se empezó a aislar: no iba a fiestas, no le gustaba comprar ropa y cuando lo hacía, la entristecía que la mandaran a buscar tallas más grandes.
Carecer de una relación sentimental y no asumirse como mujer provocaron que se deprimiera. “Me sentía muy mal por mi peso, quería andar con alguien, pero cómo le harían caso al gordito o gordita, entonces fue doble problema, porque venían los atracones, comía mucho y luego me sentía culpable”.
Por esas fechas trabajaba en la entonces delegación Cuauhtémoc, como recaudadora en los baños públicos, pero su obesidad hacía que todo fuera más difícil. En el hospital le explicaron que la obesidad es una enfermedad y que no asumirlo es el principal problema de los mexicanos, porque no creen que pueden desarrollar diversas complicaciones o que existen afecciones que derivan de este mal.
Angy aprendió a llevar una alimentación sana, a fijar horarios y corregir malos hábitos. Por todo el camino que ha recorrido, pide a la gente no caer en charlatanerías, pues bajar de peso se logra con ejercicio y buena alimentación.
Otra prioridad es encontrar empleo: hoy vende ropa y cosméticos, pero quiere entrar a una empresa o poner un negocio de masajes. Invita a las personas con sobrepeso u obesidad a visitar la clínica no sólo para entrar al programa y sentirse bien consigo mismas, sino para sentirse acompañadas por alguien que tiene la misma enfermedad. “Yo hice amigas ahí, nos operamos y ahora vemos nuestro seguimiento, cuánto hemos bajado. Te sientes bien porque compartes las ideas, les pido que no lo dejen, porque es una enfermedad y cuando pierdes todos esos kilos se componen muchas cosas en tu vida”.
Al ser uno de los más de 2 mil pacientes con súper obesidad que la clínica Rubén Leñero ha atendido en una década, se dice plena y asegura que el camino, aunque largo, le ha dado resultados gratificantes. “Por unos cinco o seis años pasé de lado cuando había un espejo, no me gustaba lo que veía, ahora ya no, sí es complicado y pasé mucho tiempo para lograrlo, pero vale la pena, la verdad”.