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Rodeado por carreteras, Tlahuelilpan llama la atención los fines de semana por su tranquilidad. Pocos vehículos transitan, incluso el sobrevuelo de helicópteros federales parece lento. Pero es en la profundidad de la tierra donde la calma se interrumpe, pues la atraviesa un ducto de Petróleos Mexicanos que transporta 30 mil barriles diarios de hidrocarburos, que lo ha marcado en la desgracia y, dicen los pobladores, también lo marcará en el futuro.
El 18 de enero de 2019 “pasó lo que era natural que pasara” en un municipio en el que apodan “la colonia Pemex” a una de sus zonas más boyantes, Cerro de la Cruz, producto del huachicol: una poderosa explosión que ha causado 126 muertos y al menos 71 heridos, 21 de los cuales siguen internados en diferentes hospitales.
El violento estallido que tuvo lugar mientras una muchedumbre saqueaba combustible del ducto, en medio de un campo de alfalfa, mató instantáneamente a 21 personas, la mayoría habitantes del municipio, uno de los 84 que integran Hidalgo.
La estudiante Gloria “N”, en plática con EL UNIVERSAL, refiere que “la gente ya se acostumbró a las fugas de combustible”. El mecánico Carlos “M”, a su vez, recuerda que “había de 300 a 500 personas” desde las cuatro de la tarde en el saqueo del ducto, ubicado en la comunidad de San Primitivo.
Gloria “N” detalla que escuchó ese día a su hermano Federico hablar de “200 personas o más, algunas de las cuales salían en llamas” quemándose tras la explosión, registrada a las siete al caer la noche. Gertrudis “M” cuenta que cuando ocurrió el desastre, “subí a la azotea de mi casa, ya que se veía el humo y se escuchaban los gritos”.
Antes de la tragedia, Tlahuelilpan, “en donde se riegan las tierras” —ahora un símbolo de la lucha contra el huachicol emprendida por el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador— era un territorio poco conocido, casi impronunciable tanto para los forasteros como para otros de la geografía hidalguense.
Sin embargo, desde 2007 ya constituía un tesoro para los delincuentes que extraen gasolina de las tuberías cercanas. La actividad creció en 2016, con 70 perforaciones clandestinas registradas por Pemex, pese a que el robo de hidrocarburos se castiga hasta con 30 años de cárcel.
Tlahuelilpan es un pequeño entre gigantes, como Tula de Allende, a sólo 15 kilómetros de distancia y donde se encuentra la refinería Miguel Hidalgo y la Central Termoeléctrica de Ciclo Combinado Francisco Pérez Ríos, de la CFE, multada en 2018 con casi 4 millones de pesos por la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente, debido a la descarga contaminante de aguas residuales. También está muy cerca, a nueve kilómetros, Atitalaquia, municipio que alberga un parque industrial y donde también el año pasado, Pemex se desistió ante un juez federal de la acción penal contra la empresa Construcciones Industriales, al no hallarse pruebas que pudieran demostrar la existencia de una toma clandestina en sus instalaciones.
Para llegar a Apaxco, donde hay una planta cementera, se recorren sólo 20 kilómetros. Muchos de los pobladores de Tlahuelilpan, con 18 mil 531 en total, según el censo de 2015, se emplean en esas empresas.
Se trata de un lugar en pausa, donde “hubo inversiones hace tiempo” y los habitantes en pobreza suman 55% del total, precisa el Conneval. La gente de las colonias Centro, Cerro de la Cruz, Cuauhtémoc, El Depósito, El Salitre, Miravalle, Rancho Viejo y Munitepec de Madero sale a trabajar a municipios vecinos, el resto son comerciantes que representan cerca de 60% de la actividad económica, de acuerdo con el Inegi.
Cultivo de alfalfa
El cultivo de alfalfa y maíz es la ocupación agrícola primordial. Cada martes rigurosamente es día de plaza, en el que los vendedores montan sus puestos en la pequeña explanada central. Son tan pocos los residentes de Tlahuelilpan que casi todos resultaron afectados por la explosión. “Aquí todos nos conocemos. El lunes enterraron a un amigo y a un vecino; el martes sepultaron a otro amigo; antier al esposo de mi prima y hoy van a enterrar a mi primo y a uno de mis compadres”, dice Gloria “N”.
El ritmo de vida, con todo, no ha cambiado en su esencia. Antes de la catástrofe ya era un pueblo inmerso en horarios fijos, de niños que van a la escuela, adultos que dejan un momento el negocio para ir por ellos, que abre y cierra negocios; de jóvenes que van a la preparatoria, como Gloria “N”, y también, por supuesto, de los que ordeñan ductos.
“En el campo, los trabajadores ganan de 150 a 200 pesos diarios, hace tiempo que no se paga el salario mínimo”, comenta Luis “R”, dueño de una peluquería, pero “en la ordeña de ductos sacan 300 o 400 pesos y es sólo un rato, dos o tres horas”, añade.
“Muchos huachicoleros salieron de aquí, nosotros jugábamos con ellos”, expresa Gloria N. Tlahuelilpan “no representa muchos votos”, apunta, y es que hay 12 mil 917 personas empadronadas. Ante la ausencia de políticas públicas e inversión privada, el huachicol fue lo que reactivó la economía local.
“Con el huachicol todo empezó a funcionar”, afirma Gloria “N”. “Este municipio creció, los negocios de mi colonia no funcionaban, los del centro tampoco”, recuerda. Muchos comenzaron a consumir gasolina de la venta ilegal y el dinero que les sobraba lo gastaban en locales del centro.
“A la gente le sobraba dinero, arreglaba sus carros, sus casas, a los albañiles les caía trabajo, empezaron a traer en buenas condiciones sus carros”, confirma Carlos “M”, propietario de una cocina económica. Pero la gente ya no quiere comprar huachicol y de las 50 comidas que vendía su esposa diariamente en el negocio, lamenta, hoy sólo vende 25.
La economía local, expone Jesús Carrillo, candidato a doctorado por El Colegio de México, se mueve porque “al momento en que hay un nuevo negocio muy pujante, los ingresos adicionales se distribuyen entre las familias que tienen empresas pequeñas, que así se pueden sostener”.
Una alternativa para detonar la actividad productiva en Tlahuelilpan consistiría en “hacer transferencias económicas, dar dinero a las familias para que tengan un ingreso no laboral, generar una inclusión financiera que permita el acceso a créditos y que puedan abrir sus propios negocios”, opina Carrillo.
Gloria “N” asegura que los habitantes están preocupados porque ha empezado la inseguridad, los asaltos y homicidios. Pero “saben que el huachicol no se va a acabar”, y creen que una vez que regresen a consumirlo y venderlo, la economía retomará un rumbo positivo. “Lo que realmente temen es que llegue alguien de fuera a controlarlo todo”, afirma.