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Al entrar al jardín del centro donde sería nuestra entrevista, mi mirada quiso cruzarse con la suya, pero la joven, con una actitud inquebrantable, ignoró mi presencia. Esperaba una mirada ausente, pero fue tan penetrante que sentí mi alma desnudarse.
Contaba sus relatos con frialdad, como si todas sus vivencias se trataran de una receta. Se deleitaba en su dureza, orgullosa de ser mujer.
Conforme fuimos avanzando, su corazón difícil de penetrar por fin me mostró algo de humanidad. Escondido en lo más profundo de su ser, un arrepentimiento sincero nubló su mirada.
Blanca, con escasos años de vida, me mostró luces de aquella niña de hace cuatro años. He aquí su historia:
Me agarraron por el primer secuestro que hice, pero ya traía muchas cosas encima. Desde los 13 años me uní a un cártel en el que tenía un rol específico por ser mujer. Éramos seis involucrados en este secuestro: Jorge (mi novio) y yo, una pareja que fingiría vivir en la casa de seguridad y otros dos chavos, uno de ellos en teoría sabía cómo hacer todo, y el otro era su amigo, pero éste fue el eslabón débil.
El plan era que Jorge y yo estaríamos todo el tiempo en la casa de seguridad, así lo hicimos los cuatro días del secuestro.
Las primeras horas todo iba como lo planeado, ya estaba la chava en la casa de seguridad. Llegando, Jorge y yo nos acomodamos. El amigo estaba con la chava todo el tiempo, pero le empezó a dar ciertas libertades que no se le pueden dar a un secuestrado. Llegado el cuarto día, ellos dos iban a ir por el rescate acordado: 2 millones.
Antes de salir, el amigo de nuestro amigo le dejó las ventanas y la puerta abierta a la secuestrada, quien se puso a gritar y las alarmas de los vecinos se encendieron. En ese momento mi novio se estaba bañando. No pude ni quise dejarlo solo, le dije: “Esto ya valió madres”. Llegó la policía y nos agarró a Jorge, a mí y a la pareja. Jorge y yo éramos los autores intelectuales, no había nadie más detrás del plan.
Extracto de libro.