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En la guerra contra el hambre y la pobreza, en este ciclo escolar los Rojas Zavala perdieron una batalla. Ante la falta de dinero y la necesidad de encontrar empleo para apoyar a su familia, su sexta hija, Teresa de Jesús, no tendrá fiesta de 15 años y tampoco regresará a la escuela.
Su única esperanza de regresar a la escuela en algún momento sería encontrar un empleo fijo para ingresar al sistema abierto, y pagarse los exámenes para terminar.
“Yo fui la que decidió. Les dije a mis papás que ya no quería estudiar porque no tenemos mucho dinero y cuando les pido, se enojan o se ponen muy malos conmigo. Mejor ya no quiero estudiar”, relata.
Tras varios meses de recibir regaños de sus profesores por no llevar los materiales que le pedían, el momento decisivo llegó con la cuarentena por coronavirus: cuando la familia dejó de generar ingresos, la directora de la Escuela Secundaria Oficial 0195 Albert Einstein, en Nezahualcóyotl, se negó a entregarle su credencial de estudiante porque no había pagado la cuota de inscripción de 800 pesos.
Su habitación de piso de tierra, paredes de madera y una cobija que hace las veces de puerta, la comparte con María Guadalupe Rojas Zavala, su hermana menor de 11 años. El espacio, de cinco por tres metros cuadrados, está dividido por un ropero que llega casi al techo y marca la frontera con la cocina, que se compone de una parrilla de gas y una alacena donde la familia guarda su despensa: un frasco de aceite, una bolsa de arroz y otra de papas.
No cuenta con computadora, internet ni televisión, y en su casa sólo hay dos teléfonos a los que su mamá les hace una recarga semanal de 10 pesos, por lo que no puede ver videos, descargar archivos, hacer tarea o seguir los contenidos del programa Aprende en Casa II que implementará la SEP para llevar clases a distancia.
Clara, su madre, lo toma con resignación: “O pago recargas o les doy de comer a mis hijos”, dijo en entrevista.
La niña ocupa su tiempo en cuidar a su hermano y sus tres sobrinos, todos menores de cuatro años de edad, vende dulces en la tienda de su abuelita, quien le paga entre 20 y 30 pesos al día, y ayuda a su mamá a ofrecer comida a sus vecinos. Mary ahorra su salario para comprarse productos de aseo personal.
“Mi hija [Tere] se sienta al lado mío y me pregunta: ‘Mamá, ¿me vas a hacer mis 15 años, mi comida?’, y eso es lo que más me duele. Le pido que me tenga paciencia porque de verdad no tengo. Yo sé que todas las jovencitas tienen la ilusión pero con mi situación, no le quiero dar esperanzas”, confesó Clara.