Un día después del que cimbró a la Ciudad de México, el tercero en un 19 de septiembre, trabajadores del inmueble ubicado en Palma 34, en el Centro Histórico, registrado con daños estructurales menores, sienten pánico ante el posible derrumbe de paredes, techos o la totalidad del edificio.

“Yo dije: ‘Ahora sí ya nos fuimos a la chin...’ y si tuviera para comer, ni vendría a trabajar ya porque aquí todos los edificios están quebrados. No hay ni dónde esconderse”, compartió Luis López, trabajador de un estacionamiento ubicado en el citado domicilio.

Comiéndose las uñas, con risas nerviosas, ojos llorosos y expresiones de preocupación, empleados de diferentes negocios en la planta baja de Palma 34 manifestaron a EL UNIVERSAL que el miedo, la ansiedad y la incertidumbre son usuales cada septiembre.

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Se reunieron en círculo frente a la plaza y mientras miraban las cuarteaduras en la pared que separa los locales del estacionamiento del piso superior reflexionaron que desde el sismo de 2017 no se sienten a salvo.

Consideraron que ni siquiera salir de sus establecimientos les garantiza sobrevivir a un movimiento telúrico fuerte, pues todos los edificios de esa calle o aledañas son viejos. “Se inclinan, luego se hunden, brincan y crujen como chillando”, describieron.

“Otra vez el simulacro”, dijo Luis López ante el ensayo programado por el gobierno. Además de comentarios similares, gestos de hartazgo se visualizaron cuando se practicó “la falsa huida”, dijo, “pero luego sí nos chingó la tierra con el verdadero [sismo]”.

“De milagro no les cayeron losas en la cabeza [a las personas]”, platicaron, pero las cuarteaduras que dejó como recuerdo el terremoto de 2017 se hicieron el doble de largas y profundas. Los locatarios se negaron a entrar hasta que Protección Civil se hizo presente.

“Me tuvieron que explicar dos veces que no había fallas porque si no, no entro”, narró Viridiana, vendedora de ropa. Previo a la explicación, el equipo de ingenieros retiró con cuidado los trozos de pared quebrada para prevenir accidentes.

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Daniel Jiménez trabaja desde hace ocho años en Palma 34, pero ya no duerme desde hace cinco, cuando empieza la segunda semana de septiembre por miedo a que tiemble.

Ni el festejo por el Grito de Independencia, ni haber llegado temprano a ver a Los Tigres del Norte el pasado 15 de septiembre le evitaron la angustia de pensar que probablemente este año el edificio colapsaría sobre él.

“No podemos hacer más que seguir las indicaciones, salir en orden y ponernos en manos de Dios. Este año no nos trató mal el sismo, esperemos que el que viene tampoco”, concluyó.