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Washington. Faltando media hora para el arribo de Andrés Manuel López Obrador a la Casa Blanca todo está tranquilo. Los aledaños de la residencia de Donald Trump cerrados con enormes vallas, todavía con resquicios de las protestas de “Black Lives Matter”; los laterales con oficiales del Servicio Secreto vigilando impertérritos que nada ni nadie se acercara al 1600 de la Avenida Pensilvania.
Una decena de mexicanos comían hamburguesas de McDonald’s en una esquina. Otra decena se resguardaba del abrasador sol washingtoniano bajo un porche, convirtiendo la acera capitalina en un improvisado comedor con sodas, alitas de pollo y patatas fritas.
Termina el almuerzo improvisado y los connacionales se agrupan en una esquina, la más cercana a la entrada a la Casa Blanca. Un agente del Servicio Secreto insiste en que se aparten de la calle, que se muevan para dejar vía libre. Con reticencia y resignación, hombres, mujeres, niños y niñas, pancartas, bocinas, gorras y camisetas de Morena, proAMLO, de varias asociaciones migrantes, se mueven. Faltan cinco minutos para que el presidente llegue.
Suenan campanas de las 2 de la tarde, hora en la que debería haber empezado el encuentro entre Trump y AMLO, y lo único que hay en las cercanías de la Casa Blanca es sudor, impaciencia y nervios. Hasta que, tres minutos después, se oye la sirena de la policía. Los agentes empiezan a mover los brazos, y de fondo, tras una decena de motocicletas, se ven grandes carros negros.
Se acabó la espera, los teléfonos se desenfundan
Ocho motocicletas policiales y una patrulla después, aparece la primera de las furgonetas negras con banderas de barras y estrellas a un lado y la tricolor mexicana en el otro.
“Hagan porra”, grita una. “Ya llega el mejor presidente del mundo”, grita otra. A lo lejos se oye un “presidente malnacido”, el único grito crítico entre las decenas que esperaban la llegada de López Obrador a sus reuniones en la sede presidencial más importante del planeta.
Unos aseguraron haberlo visto en la segunda camioneta; otros prometían que había saludado. “Tanta emoción para dos segundos”, se resigna una fanática del presidente, entre la alegría y la decepción.
Tras el éxtasis fugaz llegaba la calma, el desconcierto. ¿Qué hacer mientras López Obrador estaba en la Casa Blanca? ¿Cómo combatir las ganas de verle con ese calor infernal? Algunos se lanzaron a los pocos comercios abiertos, a sentarse en las terrazas, a beber algo fresco.
Otros llegaron con ideas más festivas: una veintena de migrantes mexicanos, camisetas de la selección de fútbol y banderas sobre los hombros, caminaron desde la embajada de México en Washington hasta la Casa Blanca a ritmo de batucada y consignas en favor de AMLO y en contra de la prensa. Al frente de la banda, José Ángel Esparza, miembro de la organización En Pie de Lucha con Cultura, llegado tras 20 o 21 horas de manejo (ha perdido la cuenta) desde Dallas.
Viste a la Pancho Villa y tiene un megáfono en mano, cosa que le convierte en el líder de la congregación. Y no hay momento en el que oculte su amor por AMLO. “Nuestro presidente es un honor y un orgullo para nosotros los migrantes en Estados Unidos”, dice en conversación con EL UNIVERSAL. No tiene intención de escatimar en elogios e hipérboles para alabarle: “Es un héroe mexicano, una persona valiente que lucha contra la corrupción y la impunidad”.
De nada sirve cuestionarlo por las críticas recibidas al viaje o que no haya espacio en la agenda para verse con migrantes. “Nuestro presidente es una persona digna y que se da a respetar”. Y no hay más discusión.
Pasan los minutos y nada se mueve. Llega una ambulancia para atender una posible insolación, que unida al cansancio hace mella en cualquiera. A ratos saltan cantos liderados por el tambor de Esparza (“Cómo no te voy a querer”, “Es un honor estar con Obrador”). Una señora, agotada y apoyada en una columna en la calle, dice a quién quiera escucharle que no es tan patriota como para estar a pleno sol.
Nadie de los que todavía aguantan escucha nada de lo que pasa dentro, y solo empieza la impaciencia en el momento en el que el Servicio Secreto vuelve a moverse, señal de que todo ha terminado dentro y López Obrador volverá a salir. La misma caravana en dirección contraria; los mismos gritos de júbilo al pasar las camionetas con las banderas de EU y México.
Termina el pase vehicular y la audiencia se mira contrariada. Se pasan la nueva directriz: se verán de nuevo en el mismo punto a las 6 de la tarde, media hora antes de la cena de AMLO y Trump con empresarios de ambos países.