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Esta tarde, el presidente López Obrador no presentó un paquete de reformas. Siguiendo analogías del béisbol, el deporte del sexenio, el mandatario se subió a la lomita de Palacio Nacional y lanzó su resto. Con la octava, o acaso novena entrada en el partido de su gobierno, el presidente se reservó 20 de sus últimos lanzamientos para hacer un poco de todo: insistir donde ya lo batearon de home run, lanzar bolas rápidas y también, claro, humo.
López Obrador decidió no ir a la ceremonia de aniversario de la Constitución de 1917 en Querétaro, como es tradición, para quedarse en Palacio y desde allí intentar reformar la constitución, hasta antes de lo que el presidente llama “el periodo neoliberal”.
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Es innegable que hay reformas que podrían fácilmente aglutinar consensos y salir relativamente rápido, como la que va en contra del maltrato animal, la atención médica gratuita y la que va en pro del reconocimiento de los pueblos indígenas y afromexicanos. Una bola rápida ahí.
Hay otras, en cambio, que ya fueron bateadas, y que su presentación de nuevo no hace más que levantar cejas entre el respetable, como la vuelta de la Guardia Nacional a los dominios de la Sedena, o bien el respaldo a la Comisión Federal de Electricidad, la CFE. Hits seguros.
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La gran mayoría, sin embargo, son lanzamientos complicados, dice que va por pensiones mejores, pero falta ver el cómo, dice que quiere que jueces y magistrados sean elegidos por el voto popular, pero ya la oposición adelantó su negativa. Va por enésima vez contra organismos autónomos, de nuevo, sin los hombres en base para hacer realidad la jugada.
Parecería que el presidente lo que quiere es seguir en la loma, no chiflando, lanzando. Y todo casi al final del partido y con el brazo cansado.
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