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Hace unos días vi "El sonido de la libertad”, película que expone una de las mayores tragedias de nuestro tiempo: la esclavitud sexual infantil. Cinta polémica porque se le vincula con movimientos conservadores en Estados Unidos, a pesar de que no muestra tintes políticos ni en la trama ni en sus mensajes, aunque sí cuenta con la actuación de Eduardo Verástegui —quien ha manifestado su intención de competir por la Presidencia de México. Más allá de agendas partidistas y candidaturas, la película coloca temas fundamentales en la agenda pública de lo que poco se habla como son la explotación sexual infantil, la trata y tráfico de niños y adolescentes, así como la pornografía de menores edad y la esclavitud.
A nivel global se estima que 12 millones de niños y niñas sufren esclavitud: cerca de 9 millones en matrimonios forzados y 3.3 millones más en trabajos forzosos. De estos últimos, más de la mitad son sometidos a la explotación sexual comercial y poco menos del 40% son explotados en la economía privada. La UNODC estima una derrama económica de 7 mil millones de dólares relacionada con las redes de tráfico a nivel global.
En México la realidad es terrible, nuestro país es uno de más peligrosos para la niñez. En materia laboral, el Inegi reportó que 3.3 millones de niñas y niños están involucrados en alguna forma de trabajo y al menos 2 millones se encuentran realizando actividades no permitidas. Respecto a su salud, 4 de cada 10 niñas, niños y adolescentes tienen obesidad y sobrepeso; y en seguridad, 1 de cada 2 niños y niñas sufrieron violencia en el hogar.
Cada día 78 menores son víctimas de algún delito en México. La OCDE indica que ocupamos el primer lugar del mundo en abuso y violencia sexual infantil y adolescente; algunos estudios señalan que, hasta antes de la pandemia, México también tenía el primer lugar global en consumo y el segundo lugar como productor y distribuidor mundial de pornografía infantil.
Somos una verdadera tragedia de país. Poco servirá que el Congreso modifique las leyes para que los delitos de abuso sexual contra menores —pornografía, corrupción de menores, turismo sexual, pederastia y lenocinio— sean imprescriptibles, si solo el 1% de las denuncias llegan a una sentencia.
Por otro lado, así como sucede con el mercado de las drogas —del que sí escuchamos noticias todos los días— Estados Unidos es también un destino importante este tipo de crímenes: cerca de 50 mil personas, principalmente de México y Filipinas, son traficados hacia ese país cada año. El "Reporte federal sobre tráfico de personas” del Human Trafficking Institute señaló que en 2018, 51.6% de los casos criminales activos en los Estados Unidos traficaban sólo niños.
Los niños y niñas migrantes, y en especial aquellos que viajan no acompañados, son una de las poblaciones más vulnerables frente a estos atroces crímenes. En México, 3 de cada 10 denuncias de tráfico ilícito de personas migrantes corresponden a niños, niñas y adolescentes. Del otro lado de la frontera, el Congreso estadounidense investiga el destino de 85 mil niños migrantes no acompañados, con los que la Oficina para el Reasentamiento de Refugiados al parecer ha perdido todo contacto.
¿Qué tenemos en el corazón los mexicanos si así tratamos a nuestros niños y niñas? Si bien tenemos que exigir a nuestros gobernantes que erradiquen todos los delitos, es aún más urgente que protejan a la niñez. Lo peor es que deben protegerlos de nuestra propia sociedad. Cada día de inacción es un día más de tragedia y sufrimiento para miles de niños y niñas.