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Vivir de prestado es la máxima de Flor Nájera; sin embargo, no pide dinero a sus amigos, sino antirretrovirales para controlar el VIH, fármacos que en el Hospital Lic. Adolfo López Mateos no le dan.
El intercambio lo realiza con compañeros que son atendidos en esa unidad médica y forman parte el Movimiento Mexicano de Ciudadanía Positiva AC.
Dice que son un grupo de más de 400 personas y viven “en angustia porque no sabemos si el próximo mes tendremos el tratamiento”.
En más de dos décadas, afirma que ha pasado etapas de desabasto, pero a partir de 2015 esta situación se salió de control. Acudir a la clínica para cambiar su receta se convirtió en un calvario. Se debe formar al menos dos horas y “al llegar a la ventanilla le dicen: ‘Se acabó’”.
Fue intervenida en 1988 por una hernia en el hospital de Tacuba. Le realizaron una transfusión sanguínea y contrajo el padecimiento. No se percató hasta 1995, cuando bajó de peso y tuvo neumonía. “Pesaba 90 kilos, adelgacé como 20 en un año. Pensaba que era consecuencia de los problemas de mi esposo; era diabético y le cortaron una pierna”. En diciembre de ese año, la mujer tuvo neumonía y a principios de 1996 le dijeron que tenía cáncer de páncreas. De oncología la enviaron a gastroenterología.
Le salieron manchas en el rostro, “como tiña”. Una doctora la envió a que se hiciera la prueba de Elisa, “cuando me dijeron que era para saber si tenía VIH pregunté: ‘¿Por qué?’”, la respuesta fue que necesitaban descartar el mal. El primer resultado fue positivo y luego le hicieron otra prueba.
Meses después le llamaron de trabajo social y le dieron la noticia: era seropositiva. “Le explicaron que había sido por una transfusión. Mi esposo me dijo que me apoyaría”.
Su médico de cabecera fue Mario Jáuregui, quien le aconsejó que se jubilara, “si te vas a morir, disfruta tu dinero”.
Su recuperación fue lenta, con los años aprendió a vivir con su diagnóstico y a cuidarse. Conoció a Georgina, presidenta del Movimiento Mexicano de Ciudadanía Positiva.
“Después de 25 años, estoy luchando. Recibimos un golpe muy duro por parte del ISSSTE, porque hay desabasto. Buscamos a gente que se atiende en el IMSS, pero no alcanza para 500 derechohabientes”.
Desde 2015 lograr que les entreguen los 12 tratamientos les ha costado “sudor y esfuerzo”, dice. “A veces nos sustituyen los medicamentos”.
Entre 400 pacientes han creado una red de intercambio. Nadie puede sortear el gasto por fuera. Ella recibe una pensión de 5 mil pesos al mes, “con eso no podría costear los 20 mil o 30 mil pesos que costarían mis pastillas”.
“Si ahora me enfermó, no la salvo”, dice.