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perla.miranda@eluniversal.com.mx
Ramiro viajará a Minatitlán, Veracruz, este fin de semana. Desconoce que hace 10 años, cuando fue el brote de influenza AH1N1, se supuso que en Perote, una ciudad de ese estado, se había propagado el virus. Lo que sí recuerda son las calles vacías y lo común que era usar cubrebocas al asistir a lugares concurridos, como la Terminal de Autobuses de Pasajeros de Oriente (TAPO).
“Había mucho miedo, rumores de que la gente se moría. No querías que nadie te saludara y hasta veíamos feo a los que no traían tapabocas o a los que se veían enfermos de gripa”, cuenta el hombre, que vive en Ixtapaluca y en 2009 era tablajero de un supermercado.
“En esos años todavía tenía que viajar desde el Estado de México hasta Tlalpan. Ahí, por Nativitas, estaba la tienda donde trabajaba. Un día llegué a mi casa y mis hijos me dijeron que no tenían clases hasta quién sabe cuándo; a nosotros nos hicieron trabajar, pero sí nos pedían llevar cubrebocas, usar gel con alcohol en las manos y no saludarnos”, dice mientras espera que le entreguen su boleto de autobús.
Carla atiende una joyería dentro de la terminal. Después de la emergencia por influenza, se acostumbró a usar cubrebocas y a tener un contenedor de gel antibacterial en el local. También adquirió el hábito de vacunarse.
“No me gustan las vacunas y no me ponía la de influenza porque en mi casa decían que te enfermabas peor y que si no la tenías, ya con vacunarte te infectaban y te daba una gripa horrible, pero cuando fue lo de 2009, yo creo que todos nos espantamos. Ahora cada año me la pongo, si no voy al seguro, aprovecho los puestos que ponen en las estaciones de Metro”.
Cuando se le pregunta por qué usa cubrebocas, dice que todos los días atiende a mucha gente porque la TAPO “nunca está vacía” y trata evitar contagiarse: “No es sólo por influenza, tampoco sabes quién viene enfermo. También por eso tengo aquí mi gel antibacterial”.