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María Herrera vive con una “pena permanente”. Lleva 10 años en lucha para encontrar a cuatro de sus ocho hijos. Asegura que vive en un duelo continuo ante la búsqueda incansable con la esperanza de encontrarlos, “día a día, minuto a minuto”.
Primero desaparecieron Raúl y Salvador el 28 de agosto de 2008 en Atoyac de Álvarez, Guerrero, cuando regresaban de un viaje laboral.
Como en la mayoría de los casos, ella creyó que quizá se trataba de algún accidente o un retraso, pero con el paso del tiempo la búsqueda se complicó. Al año ocho meses ni siquiera tenían recursos suficientes para seguir.
Otros dos hijos acordaron seguir buscando a sus hermanos. El 22 de septiembre de 2010, Gustavo y Luis viajaron rumbo a Veracruz se desviaron en su camino por afectaciones en la carretera y en Poza Rica fueron detenidos por policías, después no volvieron a saber de ellos.
Sus otros cuatro hijos han apoyado a doña Mary, pero ella recuerda que en una ocasión su hija le reprochó que toda la atención y sus fuerzas han sido para recuperar a sus hermanos.
“Esto es algo muy terrible porque te olvidas de todo, de todos, para mí esta es la prioridad: buscar y encontrar a mis hijos. Luego reflexiono y digo: ‘Estoy buscando a los que no puedo ver y estoy perdiendo a la vez a los que puedo tener cerca’, pero la verdad no sabes qué hacer”, lamenta.
En México hay 37 mil 485 personas desaparecidas reconocidas por el gobierno. Especialistas coincidieron en que se requiere un mayor acompañamiento a las víctimas, no sólo la procuración de justicia, sino la atención sicológica que consideran fundamental para prevenir otros padecimientos como ansiedad, depresión, estrés o enfermedades crónicas.
Alejandra González, consultora en acompañamiento sicosocial a víctimas, explica que hay quienes nombran este duelo como una “tortura continuada”, porque los enigmas alrededor de la desaparición provocan afectaciones emocionales muy fuertes en las familias, por ejemplo, sentimientos de culpa.
Algunas de las afectaciones que registran son: trastornos del sueño, de la alimentación, somatizaciones fuertes como las “itis” (inflamaciones), que se convierten en crónicas y graves, como la gastritis, colitis y dermatitis, que no son más que la expresión física de situaciones emocionales no elaboradas e incluso cáncer. “Se deteriora mucho la salud física y en parte tiene que ver con la depresión, porque hay un olvido de sí mismas, que también está asociado a la culpa”.
Doña Mary, como le dicen de cariño, relata que vive con fatiga, sin saber el paradero de sus hijos no ha sido capaz de dormir: “El sueño jamás lo recuperas, estoy tomando medicamento dizque para dormir, pero no lo logro; en el día me siento somnolienta y por la noche hay ocasiones en las que siento cansancio, pero no duermo. De repente me pienso en la ausencia de mis niños”.
La pérdida de sueño no es lo más complicado, todos los días ingiere fármacos para controlar su diabetes, su presión y circulación, a esto se suma la cirugía en la que le quitaron la vesícula porque llegó a tal grado de que todo lo que comía le hacía daño, también presenta problemas en su pulmón derecho, “ya no trabaja tan bien, son un montón de achaques, pero la verdad todo eso lo minimizas”.
La búsqueda de Araceli
En una foto familiar aparece Luis Ángel con sus hermanos y una sobrina, todos sonríen. Araceli Rodríguez, su mamá, recuerda la fecha en que se tomó la fotografía, fue el 15 de noviembre de 2009, un día antes de que su hijo —quien era Policía Federal— desapareciera con otros seis compañeros y un civil, desde entonces, comenta, no ha vivido un duelo, “el dolor se quedó suspendido, no tienes a quién llorarle, necesito un trocito de él”.
La sicoterapeuta Cristy Cortinas explicó que cuando una persona tiene una pérdida pasa por cinco etapas: negación, tristeza profunda, negociación, desesperación y aceptación, pero con los desaparecidos los familiares se quedan en la primera fase.
“Se debe entender que una muerte no se busca superarla, sino aceptarla. Nunca volverá a ser lo mismo, con el duelo congelado las personas se quedan en la primera etapa, en shock y enojo, se vuelcan hacia una búsqueda interminable y eso puede provocar daños en su salud, no sólo mental sino a la vez a nivel físico”, detalla.
Con fotografías de su hijo por toda la habitación y el expediente que ha armado por casi una década, Araceli compartió con EL UNIVERSAL que tras la desaparición de Luis llegó a pensar en el suicidio. “Quieres volverte loco, ya no quieres seguir con tu vida porque el dolor es insoportable”.
Ante situaciones de depresión y ansiedad que pueden derivar en el suicidio, Eduardo Calixto, jefe de neurobiología del Instituto Nacional de Psiquiatría Juan Ramón de la Fuente, hizo un llamado a que existan más instituciones dedicadas a personas vulnerables. “Tenemos que contar con más población preparada que atienda y acompañe estos casos”.
Alejandra González afirmó que cuando se trabaja en la resiliencia, los familiares de las víctimas tienen la posibilidad de transformar el dolor en amor y llevarlo a la estrategia, en esto coincide Araceli: “Yo vivía en la oscuridad, tenía mucho coraje y resentimiento, quería venganza, hasta que me entrevisté con uno de los victimarios, me contó un poco de su historia, lo perdoné y a partir de ahí transformé todo ese coraje, enojo y dolor en amor, por eso ahora lucho porque se conozca la verdad histórica de lo que sucedió con mi hijo”.