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“Te vas a morir y con trabajos llegarás a los 30 años si sigues así”, esa fue la última expresión que Ana Karen Ceballos, paciente diagnosticada con diabetes tipo 1 desde que tenía siete años, escuchó de su médico de la Clínica 25 del IMSS.
Además de cargar con la enfermedad la joven de 20 años se ha enfrentado a rudeza de algunos médicos al emitir su diagnóstico para llamarle la atención en su tratamiento. “Dicen que nos tienen que atender bien, pero eso es una forma de discriminar, te sientes agredida, además a mí me daban sólo metformina que es una pastilla que habitualmente se le da a los que tienen diabetes tipo 2, yo soy insulinodependiente”.
El 15 de julio amaneció con infección en el estómago y en la consulta el doctor se percató de que sus niveles de glucosa estaban elevados. La regañó y le dijo que si seguía con esas cifras no alcanzaría los 30 años. “Pero él no quiso entender que cuando nos enfermamos, así sea de una gripa, nuestra glucosa se eleva o pasa lo contrario, no es algo adrede, como paciente de diabetes sé que me tengo que cuidar, esa es mi responsabilidad”.
Hace 13 años que la mamá de Karen se percató de que orinaba mucho, despertaba con mucha sed y bajó casi diez kilos en dos semanas, por ello la llevó a la Unidad de Medicina Familiar más cercana a su hogar, ubicada entre las avenidas México y Juárez en Nezahualcóyotl, Estado de México.
“Le dijeron a mi mamá que tenía diabetes tipo 1, desde entonces ella no deja de cuidarme y procurarme para que no se disparen mis niveles de glucosa. Sólo nos tenemos la una a la otra”.
Ella está asegurada por el IMSS como estudiante, su mamá trabaja en una gasolinera y en las tardes hace labores de limpieza en la Asociación Mexicana de Diabetes (AMD). “Si no tuviéramos el seguro, al mes tendríamos que gastar hasta 7 mil pesos en el tratamiento, eso está bien en el IMSS, pero el trato hace que mi hija, a veces, se sienta mal cuando le dicen esas cosas, como que se va a morir”.
A los 13 años Karen, se enteró en el Hospital Infantil de México Federico Gómez que existía un lugar donde trataban a niños con diabetes. “Era el Campamento Tonalli, nos explicaban que ahí aprenderíamos a ser independientes y a vivir bien aún con nuestra enfermedad, le pedí a mi mamá que me llevara y así fue como llegamos”.
Qué, cuánto y cuándo comer son algunas cosas que aprendió Ana, además le enseñaron a usar el glucómetro para medir sus niveles de azúcar todos los días. “Aprendemos en los campamentos y con el tiempo también nos dedicamos a enseñar. Vivir con diabetes es posible, no debe ser un estigma, hay que luchar por que nos vean igual a los demás, nosotros nos preocupamos por nuestra salud”.
La enfermedad, que es la primera causa de muerte en el país, no es obstáculo para que Karen deje de soñar. Ahora su principal meta es hacer examen de ingreso a la UNAM y estudiar Lenguas Extranjeras. “Me gustaría realizarme, tener una carrera y poder mejorar nuestra calidad de vida”.
Agradece a todas las personas que se dedican a cuidar a pacientes con diabetes, sean familiares, amigos, enfermeras o especialistas, “en mi caso, agradezco a mi mamá, porque ella no me ha abandonado: si caigo, ella cae conmigo y juntas nos levantamos”.