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Como hace 32 años, ahí están, solidarios al instante, incondicionales de la vida. Son los jóvenes de la colonia Del Valle y de todas partes de la Ciudad de México, que a toda prisa retiran escombros del edificio de seis pisos que derribó el temblor y lo redujo a un cerro de escombros.

La calle Escocia, entre Ferrol y Edimburgo es la zona de emergencia. Desde el momento de su desplome, nadie ha salido del edificio. Y será horas después, cuando los rescatistas voluntarios y las brigadas del Ejército, Marina, Policía Federal, del H. Cuerpo de Bomberos de la Ciudad de México y de Pemex, y esa multitud de muchachos y jovencitas, logren el rescate de cinco cuerpos y una persona herida.

Coraje, pundonor, deseos instintivos de salvar al otro, se suman. Es sorprendente la velocidad con la que llenan cubetas con ladrillos, trozos de concreto, varillas.

Gritan a todo pulmón: “¡Agua! ¡Agua! ¡Agua!”, pregona alguien y la respuesta es el lanzamiento de botellas al cerro de escombros en que quedó reducido el edificio.

Las primeras horas son de decisión. Alguno grita una propuesta-orden, y todos, que le dan sentido a formar dos vallas en vez de una, se forman en cadenas humanas para retirar escombro.

Son una juventud incansable, decidida a dar su energía por rescatar a quienes el destino haya cubierto en un hueco de ese edificio que es como de polvorón.

Geográficamente la colonia Del Valle marca el centro de la Ciudad de México. Y aquí es donde está la calle de Escocia, en el área posterior del Hospital Gabriel Mancera del IMSS. Hasta aquí han llegado a formar fila ambulancias, camiones de carga, unos para llevar a los salvados (si los hay) a los hospitales, otros para retirar los escombros.

Nadie esperó el llamado de nadie. Nadie pidió el auxilio de nadie. Todos llegaron, igual que este sismo, súbitamente.

Son unos titanes. Levantan carretillas con escombro y otros arriba de un camión usual en la construcción, jalan y vacían esos grandes cucharones de piedras: “Llevamos cuatro camiones”, dirán ya de noche a sus amigos.

En el espacio de la destrucción no hay señales de vida. Sobre de los pisos del edificio que están uno sobre otro, trabajan los topos del siglo 21 mexicano. Iba a suceder. Todos lo saben en la Ciudad de México. Ahora todos conocen que en la hora de nuestra muerte, ahí están para refrendar que son solidarios.

“¿Gusta tomar agua?, ¿Tiene hambre? ¿Gusta algo de comer? ¿Una pequeña torta?”, ofrecen mujeres en la periferia del desastre.

“¡Silencio! ¡Silencio!”, grita un policía militar a cargo del flanco de Edimburgo. Se trata de escuchar a las personas atrapadas entre los escombros.

A las 18:50 horas todo cambia. Suena el silbato que se ha convenido que avisará que se necesita silencio. Hace rato que médicos y paramédicos han ido y venido, sin que en sus camillas saquen a nadie.

Los incondicionales del destino se crecen. Han cargado cubetas en cadenas humanas, han repartido agua, han “organizado” el caos, para eso: sacar gente de esa tumba gigante.

Sólo militares se hacen cargo de los movimientos en el espacio más sensible. Los médicos son llamados a dar un paso adelante. Quizá el estetoscopio que lleva al cuello el doctor del hospital Dalinde sea para escuchar el corazón de la única persona rescatada viva antes que oscurezca.

Habrán de rescatar cinco cuerpos más. Todo es confusión. No se sabe dónde están los residentes que estaban fuera del edificio.

Una de las vecinas llora por las emociones de dolor que ha vivido. Ella estaba en Polanco, y caminó más de una hora en la urbe paralizada, pues en un mensaje de WhatshApp vio la calle Escocia, el edificio vecino destruido.

Llora por su gatita, mascota que en el temblor anterior se fue, pero regresó y no la encuentra.

Los que gritaban: “¡Polines! ¡Polines!”, ahora gritan: “¡Pilas! ¡Pilas! Se necesitan pilas”.

Han llegado en fila trabajadores de la industria de la construcción. En silencio miran el área de desastre. Esperan instrucciones.

“Ya va a ser más fácil”, dicen operadores de la actividad con responsabilidad oficial de alguna entidad, como esa joven mujer de talla mediana, de tenis y mochila al hombro que cuando la detienen en el cordón que han puesto los militares, y no la dejan avanzar, se identifica: “Sección Segunda!”, y el soldado entendió y se hizo a un lado.

A las 21:00 llegan camiones de mayor peso, y en la caja de uno de ellos una cuadrilla de trabajadores de casco, enteros. Vienen al relevo de la sociedad civil incansable.

Antes, a jóvenes que se organizaron para auxiliar en la desgracia, los sacaron con el llamado: “¡Se necesitan voluntarios! ¡Acá está el camión en el que los van a llevar!”.

Ya han llegado más reflectores móviles. Vecinas solidarias dan algo de comer y agua a quien necesite. Los jóvenes tienen la fuerza, las potentes voces, los brazos fuertes. Son titanes. Esta noche es de mexicanos ejemplares, como los había antes. Los tenemos de regreso.

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