Más Información
Familias de desaparecidos en Mazatlán irrumpen en evento de Sheinbaum; mandataria promete atender peticiones
Sheinbaum responde a Trump sobre declarar a cárteles como organizaciones terroristas; rechaza injerencia extranjera
Trump declarará a cárteles como organizaciones terroristas; "fui muy duro con México, hablé con la nueva presidenta"
Dictan 600 años de prisión a "El Negro" Radilla y "El Cone"; responsables de secuestrar al hijo de Javier Sicilia
Videojuegos, el nuevo gancho del crimen para captar menores; los atraen con promesas de dinero y poder
justiciaysociedad@eluniversal.com.mx
En un cuarto de siglo, Roberto Guzmán no ha dejado de visitar a la Virgen de Guadalupe. Cada año siente la misma emoción de llegar a la casa de su “jefecita” para cantarle Las Mañanitas y agradecer por todas las bendiciones recibidas.
Contaba apenas con 10 años cuando su papá lo despertó muy temprano un 8 de diciembre para decirle que tenía edad para acompañarlo a la Villita y dar gracias porque toda su gente tenía salud, trabajo y vivían en armonía y paz.
Los Guzmán Espinosa habitan una casa ubicada en San Martín Texmelucan, Puebla. Por generaciones se han dedicado a fabricar y vender ropa interior para mujer y a la ordeña y venta de leche de vaca.
La tradición de festejar a la Virgen Morena cada 12 de diciembre nació en esta familia cuando a Silvia Espinosa, mamá de Roberto, se le cayó encima un anaquel con telas y mercancía y como consecuencia tuvo problemas de columna.
Los doctores le decían a su esposo, Heladio Guzmán, que la señora no podría caminar y en caso de hacerlo tendría que apoyarse con un bastón. Entonces el jefe de la casa prometió a la “morenita del Tepeyac” que si le devolvía la movilidad a su esposa, todos los años caminaría desde su hogar hasta la capital del país y le cantaría Las Mañanitas en agradecimiento.
La recuperación de Silvia fue rápida y en menos de un año caminó por su cuenta y pudo regresar a los tianguis en los que vendía la ropa que fabricaba. En ese momento, el señor Heladio supo que los milagros existen y juró no fallar en su promesa.
Roberto era el menor de tres hermanos —José Heladio, Jorge y Martín—, recuerda que muy niño los veía partir con su papá.
Se paraban muy temprano y envolvían las cobijas de sus camas con mecate, la señora Silvia madrugaba y preparaba tortas, café y bolsas con mandarinas y naranjas, entonces los cuatro hombres mayores salían de su hogar con la convicción de caminar tres días hasta la casa de su “madrecita” para celebrar su cumpleaños.
La primera vez que Roberto enrolló una cobija para amarrarla a su espalda lo hizo con emoción, desde pequeño le inculcaron fe hacía la guadalupana y le afirmaron que cumplía los milagros más difíciles.
Fastidiado de ser el más chico de la familia, tenía ansias por ir hasta la Ciudad de México y pedir un hermano menor, deseo que fue concedido dos años después, cuando nació Alberto, el consentido de los Guzmán.
A partir de ahí, Beto, como le dicen de cariño, no ha faltado ningún 12 de diciembre a la fiesta de la Virgen de Guadalupe. Con los años, sus peticiones han variado, desde tener buenas ventas, salud para sus papás y hermanos, sacar buenas calificaciones, hasta encontrar al amor de su vida, una petición más que se le hizo realidad en 2013, cuando conoció a Rosa, su ahora esposa y madre de sus dos hijas; desde hace cuatro años ella hace el viaje de tres días con él. Rosa María López preparó tortas de jamón y huevo, café y botellas de agua para la caminata; con una sonrisa admite que la fe que su pareja tiene hacia “la morenita” la enamoró.
Dulce y Alma, sus hijas de tres y un año, respectivamente, se quedaron en casa con los abuelos. Don Heladio dejó de hacer su maratón en 2014, porque no aguanta el frío ni el cansancio, pero su hijo le prometió que seguirá con la tradición y cuando sus hijas crezcan harán lo mismo, porque la Virgen siempre ha estado ahí para ellos y eso se debe agradecer.