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Durante cinco horas, Laura sólo pudo mover sus brazos. No veía, pero sentía sobre su cabeza piedras y respiraba “escombros, polvo y concreto viejo”.

Antes de estar en ese encierro, acababa de colocarse un par de guantes. El martes 19 de septiembre fue el primero de cinco días de un curso que Laura y otras mujeres tomarían en la colonia Roma con Sergio Riveira, un profesor brasileño.

Laura había planeado esas clases de belleza durante algún tiempo, así que por internet rentó un espacio en el segundo piso de Álvaro Obregón 286. A las 10 de la mañana la recibieron a ella y a sus 11 compañeros en la recepción del edificio. A algunas de las alumnas no las conocía, pero todas usaban una blusa negra con un bordado del lado derecho en letras doradas.

A las 11 sonó la alarma sísmica, ella, junto con todos los que se encontraban en el edificio lo desalojaron por las escaleras, sin instrucción alguna. Hicieron no más de dos minutos, asegura Laura. Después, subieron todos.

A la una, Laura empezó una práctica sobre micropigmentación, una técnica para embellecer los rasgos. Y el piso se movió.

“Sólo pensé: ‘No puede ser, otra vez en 19 de septiembre’”. Cuatro de sus compañeras corrieron hacia las escaleras y ella iba detrás, pero toneladas de concreto le cayeron encima. Todo se volvió oscuridad. Laura, encogida, escuchó que el edificio crujía y sentía el movimiento del terremoto. “No podía moverme: el peso de los escombros me obligó a estar en posición fetal. Grité: ‘¿Quién está?, ¿están bien?’”.

Sus compañeras Karina e Ivonne contestaron a lo lejos y también el traductor del profesor, Daniel Da Silva.

Daniel gritaba una y otra vez para que alguien los sacara del encierro. Los equipos de rescate llegaron al lugar y también los voluntarios para buscar sobrevivientes. Laura escuchaba cómo la gente hablaba, cómo sus zapatos y botas hacían que las piedras se movieran. “Empezaron a quitar algunos escombros y sentí alivio, porque respiré aire puro. Pero también escuchaba de repente que sí me iban a ayudar y luego que no, porque tenían que ir por equipo. Cuando ya no escuchaba nada entonces perdía todas las esperanzas”.

A las cinco horas, Laura había perdido la sensibilidad en las piernas.

Los rescatistas encontraron el lugar donde estaban ella, Karina, Ivonne y Daniel. Primero sacaron a Daniel, luego a Karina.

Ella les dijo que no sentía las piernas, entonces ellos decidieron jalarla de los brazos para sacarla.

La tomaron entre sus brazos y una fila de gente le salvó la vida. Debajo del sol, con polvo sobre la ropa, la llevaron hasta un campamento con médicos, voluntarios y vecinos de la Roma que la atendieron. Para las seis de la tarde Laura ya estaba en el Hospital General de Ticomán, donde le colocaron un collarín.

Al día siguiente, cuando llegó a casa, lo primero que hizo fue abrazar a sus padres y a sus dos hijos.

A las 48 horas del sismo intentó acercarse a la avenida Álvaro Obregón para saber si podía recuperar su material de trabajo. Era imposible. El pago de su curso, las herramientas con las que trabaja y su inversión habían desaparecido en los escombros. Pidió dinero prestado para comprar sus medicinas. Por las noches, toma media pastilla de diazepam. El viernes fue el primer día que retomó sus prácticas habituales.

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