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E l infierno que enfrentan familiares de las incontables víctimas de la violencia en el país se le plantó de frente al presidente electo. “Queremos que nos escuchen. Ya no queremos dialogar ni perder tiempo en esto, queremos que los encuentren. Que no nos den atole con el dedo”, fue lo que le pidieron a Andrés Manuel López Obrador con un grito de sufrimiento, enojo y desesperación.
“Es la última ocasión que tal vez me vea frente a usted porque me van a matar”, lanzó en el encuentro celebrado en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco, Fabián Sánchez. Segundos después, se desvaneció en su lugar a causa de la presión por no encontrar a su hija, desaparecida hace meses en Guerrero.
Ha sido Fabián quien ha tomado la investigación por su cuenta, ya que las autoridades argumentan que ella andaba en malos pasos.
Así transcurren las historias de padres, madres, hermanos, abuelos, hijos... “¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!”, “¡ni perdón ni olvido!”, “¡dónde están, dónde están, nuestros hijos dónde están!”.
El segundo Diálogo por la paz, la verdad y la justicia se convirtió en una especie de tribunal. Incluso, el discurso de Olga Sánchez Cordero, próxima titular de Gobernación, tuvo que ser interrumpido.
“¿Quiere que me hinque para que me ayude a encontrar a mi hijo?”, preguntó entre llanto María González, quien se acercó al estrado donde estaba López Obrador.
Todos van con rostros de sus desaparecidos en camisetas, cartulinas, lonas, en las que ofrecen recompensa por información.
El morenista quedó atónito, serio. En algunos momentos extraviaba la mirada entre la multitud o leía los documentos que le caían por cientos de los familiares de víctimas, quienes le cuestionaron sobre la amnistía, que para ellos es imposible darlo.
El poeta Javier Sicilia, quien sufrió el asesinato de su hijo, fue increpado, ya que pidió un minuto de silencio, cosa que los asistentes se negaron a aceptar.
“No podemos guardar silencio, porque guardar silencio es como cerrar los ojos ante la verdad”, exclamó Irinea Buendía, madre de Mariana Lima, asesinada por su esposo en 2010 en el Estado de México.
Al final, los afectados se fueron, algunos decepcionados y otros esperanzados en el nuevo gobierno y su promesa de justicia.