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justiciaysociedad@eluniversal.com.mx
Villa de Zaachila, Oax.— “No, no me arrepiento de tener esta vida de pobreza. Dios es tan grande y poderoso, y el día que menos piense me voy, pero él me protege; en él confío, en él tengo mi fe”.
Don Melitón se lleva las arrugadas manos a los ojos; los restriega, no puede contener las lágrimas: de gratitud por la gente que no lo abandona, de dolor por la miseria y soledad, y de nostalgia por su esposa, a la que perdió hace tres años.
Las cuatro paredes y techos de su vivienda son de lámina sencilla, pintada con cal; pisos de tierra en tres cuartos, uno de ellos cocina-comedor-sala-recámara. El próximo 1 de abril cumplirá 76 años de edad, pero ya no espera más de la vida. “Ahí lo que Dios diga; ya no puedo trabajar, ya no veo”, dice.
El hombre es viudo desde hace tres años; sus cinco hijos están dispersos y uno que le queda en casa anda en el vicio. Vive en uno de los asentamientos más pobres de Zaachila, municipio conurbado a la capital, zona del tiradero de basura y en que el 3 de julio pasado se suscitó un conflicto que incluyó quema de viviendas, expulsión de gente y un muerto.
En la agencia Vicente Guerrero la calma volvió tras medio año de enconos, pero la pobreza no se va. Según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política Social (Coneval), en 2010 en Zaachila 76.1% de los pobladores vivían en pobreza, de los cuales 50.4% presentaban pobreza moderada y 25.7% en pobreza extrema.
En pobreza más allá de extrema vive don Melitón Castellanos Vásquez. Huérfano de padre a los 10 años y de madre a los ocho, aprendió a trabajar desde muy pequeño, junto con sus cuatro hermanos.
A los 12 conoció a su esposa, doña Rosa, de quien se enamoró, pero azares de la vida y el celo familiar se la arrebataron; ella tuvo por su parte tres hijos y al final se juntaron de nuevo.
Ambos son originarios de San Pedro del Rincón, municipio de Santa Ana Tlapacoyan. Ya como pareja, decidieron vivir en la capital, en una vivienda sencilla que rentaban; juntaron un dinero, ella lavando ropa y él de albañil, para comprar un lote en la agencia Vicente Guerrero, allá por 1998, aún incipiente el tiradero de basura, donde depositan más de 20 municipios de los Valles Centrales.
“Estaba muy feo, pasaba un arroyo, todo el agua corría por acá; el primer jacalito lo pusimos por allá, pasaba el agua como arroyo. Junté unas maderas, alambre y así pusimos una chocita”, recuerda don Melitón.
Sólo con fe ha paliado su pobreza. A los 14 años escuchó la palabra de Dios (la Biblia), “pero a esa edad uno sólo busca lo malo, las tentaciones”, dice.
De adultos comenzaron a congregarse en una iglesia evangélica en la zona, cuyos pastores y fieles le ayudan ahora, porque no cuenta con ningún apoyo gubernamental.
Los pisos de tierra, las láminas, la letrina y un brasero en el suelo son parte de la miseria en que vive don Melitón.
No tiene ni Prospera ni está integrado en el programa de Adultos Mayores ni ninguna otra acción gubernamental. Su pecado: tener errores en el acta de nacimiento. “Ya estoy casi ciego, con un ojo no veo y con el otro medio veo, entonces, ¿para qué le busco?”.
Enviudó hace tres años; un año vivió en completa soledad debido a que uno de sus hijos fue llevado a una correccional para el tratamiento de un vicio; ahora, el joven le ayuda un poco cuando gana algún dinero limpiando parabrisas en algún crucero de la capital.
“No me arrepiento de tener esta vida, Dios es tan poderoso. A veces da un poquito, a veces aunque sea media tortilla, pero comemos. Hay día que sí amanezco tranquilo de mis rodillas, de mis ojos, hay días que alcanzo a ver la puerta, hay días que no. Pero será su voluntad, cuando él diga me voy”.