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justiciaysociedad@eluniversal.com.mx
Es mediodía del 19 de septiembre de 2017. Ocho personas encabezadas por Aczel Sánchez Cedillo, coordinador Nacional de Trasplantes del ISSSTE, ingresan a uno de los quirófanos del Hospital 20 de Noviembre. Su objetivo es realizar un trasplante de riñón. Una hora y 14 minutos después, un movimiento brusco, acompañado por la alarma sísmica, los asusta. “Está temblando”, murmura alguien. En efecto, un terremoto de magnitud 7.1 sacude la Ciudad de México.
En el momento el equipo médico conformado por un cirujano encargado, dos asistentes, una enfermera instrumentista, una de apoyo y dos anestesiólogos ya habían extraído el riñón de una mujer que decidió darle a su hermano de 42 años.
El riñón estaba en manos de Aczel Sánchez Cedillo, iniciarían con el implante, de pronto sintió un jalón hacia abajo al tiempo que escuchó la alarma sísmica. Su prioridad fue no soltar el riñón, replegarse a la pared en calma para no provocar miedo en sus compañeros, olvidar su instinto de sobrevivencia y pensar en el bienestar de su hermano, el derechohabiente que yacía en medio del quirófano: “Porque en el ISSSTE todos somos una familia y nuestro deber era proteger al más vulnerable de ella”.
Aczel pensó en su esposa, sus padres y hermanos, en los compañeros que alcanzaron a salir y en los que igual que él se vieron impedidos por estar en un sexto piso.
El movimiento seguía, más brusco cada vez, los carritos que contienen material quirúrgico paseaban por la sala médica, muebles caían y todos resguardados en una pared lloraban juntos: “Porque también somos humanos”.
Los segundos que duró el sismo fueron eternos para los médicos. Cuando la tierra dejó de moverse, intercambiaron miradas y era evidente la decisión: continuarían con el trasplante de riñón.
El riñón estaba caliente, el cirujano encargado del trasplante sabía que no podía perder más tiempo porque se vivía un momento crucial de la operación el riñón donado se encuentra en un periodo denominado isquemia tibia: sin sangre y en espera de volver a recibir flujo en su nuevo cuerpo.
Noventa minutos después la intervención concluyó con éxito: “El paciente dejó su vida en nuestras manos y lo resolvimos, tomamos la mejor decisión”.
Para Aczel el momento más crítico de la cirugía no fue el temblor, sino los minutos después, no podía obligar a nadie a quedarse; sin embargo, “No hizo falta, todos respondimos”, dice.
La enseñanza para este cirujano consiste en que trabajar en equipo, sin perder de vista el objetivo siempre arroja los mejores resultados para todos.