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Santos tiene 60 años. No tiene empleo y vive en un asentamiento irregular a cinco minutos de Villahermosa, capital de Tabasco. Él y su esposa, María Elena, abandonaron Chiapas hace más de cinco años en busca de una mejor calidad de vida, pero sólo encontraron más carencias.
En Chiapas, Santos era encargado de ranchos y se dedicaba a cuidar algunas propiedades de ricos a cambio de unos pesos, “pero me cansé”, narra desde su pequeña casa construida con madera y cartones: “Nos vinimos para Tabasco por asuntos de los estudios de mis hijos, pero la situación está difícil, donde quiera es lo mismo. Para nosotros no hay cosas buenas”, dice.
De pie en medio de su cocina, la cual no cuenta con una estufa ni piso de concreto y donde sólo se observa un molino viejo utilizado para elaborar su pozol —bebida típica de Tabasco hecha con maíz y cacao—, Santos relata que en los últimos meses la carestía ha incrementado. Hay días que no tienen ni para comer, pero eso no les quita las ganas de seguir de pie; él y su esposa llevan juntos 45 años y han procreado a cinco hijos, pese a las dificultades económicas.
“Uno tiene que economizar porque para acabar de joder, ni trabajo hay. Estamos en la crisis”, dice.
A su lado, sentada en un viejo sillón y con su bastón en mano se encuentra María Elena, su esposa. Ha vivido más de cinco años con una dolencia en la rodilla, pero ante la falta de recursos para ver a un especialista, sólo acude al centro de salud de la colonia para recibir algunos medicamentos que le calmen el dolor.
“Tengo una enfermedad y se me inflaman mis rodillas, quién sabe qué cosa sea, pero ahí vamos”, explica la mujer, quien también lamenta que ninguna autoridad pueda llevar apoyo al lugar en donde viven.
Lo peor para esta familia es que al vivir en un asentamiento irregular, no tienen acceso a programas sociales del estado o de la Federación que ayude a disminuir sus carencias.
Su situación los ha llevado a no creer en nadie, en ninguna autoridad o promesa política. “No hay ningún programa, está todo jodido. La autoridad no nos ayuda”, dice Santos.
Ni él ni su esposa piensan votar en las próximas elecciones, saben que nada cambiará.
“Para el pobre no hay remedio. Ojalá entrara un gobierno que generara empleo en el campo”, declara Santos, quien a veces se gana unos pesos vendiendo tortillas o ayudando en las tiendas cercanas de la colonia.
Para esta familia nada ha cambiado, al contrario, afirman que cada año su calidad de vida empeora. Pocas veces en su mesa hay carne o pollo. “El gobierno es pura publicidad, nada más hablan pero nada mejora”, dice Santos, quien a su edad, lo único que anhela es un empleo.