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rebeca.jimenez@eluniversal.com.mx
CDMX
.- La estela de piedra en memoria de los caídos del 2 de octubre de 1968 , en la Plaza de Las Tres Culturas en Tlatelolco, incluye un listado de 20 víctimas , entre ellas, José Ignacio Caballero González , quien falleció dejando a su esposa embarazada y con dos pequeños hijos .
“Nacho”, como lo llama Blanca Estela Martínez Olvera , su esposa, no era estudiante. Él era vecino de Tlatelolco , tenía 36 años y era empleado en una empresa de seguros. Vivía en el edificio Campeche junto con ella y sus dos pequeños, en un momento en que esperaban la llegada de un tercer hijo.
“Nos casamos el 1 de junio de 1963 y dos años después llegamos a vivir a Tlatelolco ”, lugar donde estrenaron un departamento en la unidad habitacional que empezó a edificarse en 1960 y que en esa época era la más moderna de la Ciudad, diseñada por el arquitecto Mario Pani, relató Estela.
Foto: Ariel Ojeda / EL UNIVERSAL
Hoy, a sus 82 años de edad, la mujer de cabello blanco, que ahora usa silla de ruedas, recuerda casi minuto a minuto lo que sucedió el 2 de octubre del 68 , cuando ella tenía siete meses de embarazo y dos niños; Leonel, de tres años, y Enrique, de año y medio.
Al ver que Tlatelolco se llenaba de estudiantes y que la plaza fue rodeada por granaderos y soldados, “le hablé a Nacho por teléfono a su trabajo para decirle ‘no vengas, porque esto está muy feo’. Le llamé como a las cuatro de la tarde, antes de que se oyera el helicóptero. Él me respondió: ‘sí, no hay problema’. Pero decidió venir”, externó la mujer.
Cerca de las 19:00 horas, Ignacio llegó al edificio Campeche y le dijo a su esposa que no podía dejarla sola con los niños. “Pero después de todo, finalmente me dejó sola, no sólo esa noche, sino los siguientes 50 años” , afirmó Blanca Estela con profunda tristeza mientras observaba la Plaza de Las Tres Culturas .
“Me dijo: ‘no te preocupes, es cosa de los estudiantes’. Yo ya sabía que se trataba de una protesta, pero él insistió en que no me preocupara”, recordó la mujer, que vivió la tragedia de Tlatelolco .
Foto: Ariel Ojeda / EL UNIVERSAL
José Ignacio, después de llegar a su departamento, casi de inmediato volvió a salir, estaba inquieto por lo que había visto. “Dijo que iría por leche para los niños, que no tardaría”, quizá quería buscar o apoyar a alguien, expresó Blanca Estela.
“Yo me quedé esperando a Nacho, pero ya no regresó. Me quedé en la sala, preocupada, por horas. Desde mi departamento escuché todo, el vuelo de un helicóptero, gritos, balazos, que los jóvenes gritaban “están asaltando Tlatelolco ”, y que las mujeres pedían auxilio. Yo, sola, con mis niños dormidos, no sabía qué hacer”, mientras afuera prevalecía un estado de sitio, rememoró.
“Vivíamos en el cuarto piso del edificio Campeche y la ventana de mi departamento daba hacia acá. Pero nos dijeron que no nos asomáramos, porque decían que estaban disparando si veían a alguien que se asomara. Yo nunca salí”, admitió.
Como a las 10 de la noche, dos jóvenes llamaron a la puerta de Blanca Estela. “Me avisaron que a mi esposo le habían dado un balazo y que estaba tirado atrás del edificio Chihuahua, que llamara a la Cruz Roja. Yo lo hice, llamé y pedí auxilio, pero como no dejaban pasar a nadie, la ambulancia nunca apareció”, recordó.
“Vi llegar a mi hermano con una botella de alcohol en la mano, fue cuando me di cuenta que las cosas no estaban bien. Al recibir la noticia de que mi esposo murió, y yo con siete meses de embarazo, sentí que mi bebé se estremecía dentro de mí; él sentía el mismo dolor que yo sentía, no sé de dónde saqué fuerzas, pues sabía que la prioridad ahora era cuidar a mis hijos”.
“Decían que los cuerpos de los fallecidos se los iban a llevar al Campo Militar Número 1 y que ahí los iban a quemar, por eso llamé a mi cuñado, porque sabía que él tenía muchos contactos”, indicó la viuda.
José Angel Caballero, cuñado de Blanca Estela, se hizo cargo de buscar a su hermano y lo encontró en la tercera delegación, en la calle de Rayón.
José Ignacio sólo recibió un impacto de bala
, pero fue directo al corazón, de acuerdo al peritaje que dio el médico forense , recordó Blanca.
Foto: Ariel Ojeda / EL UNIVERSAL
Toda la plaza quedó ensangrentada, llena de cadáveres que, decían, se llevaron al Campo Militar . Después de ver la matanza, de que policías y soldados abrieron las puertas de departamentos con bayonetas, mucha gente optó por irse de Tlatelolco , especialmente del edificio Chihuahua, que fue el que más bajas tuvo.
“La gente quedó impactada, yo todavía estoy traumada, cuando oigo un helicóptero me pongo muy nerviosa”, relató la mujer, que optó por seguir viviendo en Tlatelolco pese a la tragedia que vivió cuando tenía 32 años y a los sismos del 85 , que desplomaron edificios como el Nuevo León.
El 2 de octubre del 68 fue miércoles, “al día siguiente me quedé sola, en espera de recibir el cuerpo de mi esposo, pero lo entregaron hasta el viernes y se sepultó al día siguiente, en el panteón Jardín, entre un mar de gente que llegó desde la capilla; muchos de sus amigos, conocidos y hasta desconocidos”.
Foto: Ariel Ojeda / EL UNIVERSAL
Cuando Ignacio murió, “nadie del gobierno de acercó a mí para ofrecerme o darme algún apoyo, indemnización o una disculpa por haber matado a mi esposo , nadie”, relató Blanca Estela, quien al quedar viuda y sin seguro, perdió el departamento en el que vivían, el que su esposo planeó comprar a un plazo de 15 años.
Viuda y embarazada, Blanca Estela sólo esperó a que naciera su bebé en diciembre de 1968 y poco tiempo después tuvo que trabajar; primero, vendiendo comida, y después como secretaria para mantener a su familia. Con el tiempo, el apoyo de familiares y mucho esfuerzo, logró pagar otro departamento en Tlatelolco, al tiempo que impulsó a sus hijos a seguir estudiando e ir a la universidad, donde cursaron las carreras de Psicología y Matemáticas aplicadas.
Óscar, el menor de los Caballero, prácticamente es hijo del “68 ” pues, aún si haber nacido, vivió la tragedia de perder a su padre dentro del vientre de su madre. Hoy, a punto de cumplir 50 años, imparte clases de Matemáticas en la FES Acatlán . Leonel, el mayor, es psicólogo y Enrique trabaja en el Instituto Nacional de Derechos de Autor.
Foto: Ariel Ojeda / EL UNIVERSAL
etp