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Los aplausos de más de 100 niños, pacientes del área de Oncología del Hospital Infantil de México Federico Gómez, no dejaron de retumbar en el auditorio Pedro Kumate. Los gritos y las sonrisas en sus rostros fueron el reflejo de la emoción provocada por la pastorela que cada año organizan médicos del hospital.
Estrellita, la más pequeña, es quien se muestra más optimista. Este 2017 es su quinto año como espectadora de la pastorela y con una sonrisa confiesa que hizo su carta a Santa Claus y a los Reyes Magos, pues aunque lo más importante es tener salud, “un regalito nunca está de más”, dice.
Fue diagnosticada con tumor de Wilms cuando tenía tres años. Este problema afectó su capacidad renal y le tuvieron que quitar un riñón y medio.
A pesar de las 62 quimioterapias y 24 radiaciones a las que ha sido sometida, su ánimo no decae: sueña con estudiar y convertirse en doctora para poder ayudar a niños con cáncer o con enfermedades raras, como en el caso de su hermana mayor, quien tiene problemas en el corazón y de colesterol sin que le den un diagnóstico certero.
En entrevista con EL UNIVERSAL, la estudiante de primer grado de primaria confió que a Santa Claus le ha pedido muchos vestidos para salir de fiesta y a los Reyes Magos una muñeca que anda en bicicleta. Contó que también en el hospital ha dejado su cartita en espera de más obsequios: hace un año le llegó una bicicleta y un par de muñecas, además de la tradicional bota de dulces.
Su parte favorita en la pastorela es cuando nace el niño Jesús y todos gritan: “¡Feliz Navidad!”, porque, entre todos los obstáculos que puede representar su cáncer, la esperanza de que seguirá viva y festejará muchas Navidades y fines de año con sus seres queridos se mantiene encendida.
El próximo 24 de diciembre pasará la Nochebuena al lado de sus papás y hermanos; le emociona la idea de pedir posada, de arrullar al Niño Dios, la comida —en especial los postres, como la ensalada de manzana, que es su favorita— y romper piñatas.
Guerrera
Hanna Mitzadai luce con orgullo un cabello rubio con brotes en color rosa. Para ella es la primera vez en una pastorela, aunque lleva cuatro años conviviendo con otros pacientes debido al cáncer de ovario.
“Me han dicho que es muy divertida, que los doctores dejan su papel de médicos para convertirse en el diablo, en José y María. Estoy muy emocionada”, confiesa.
La joven de 19 años agradece las actividades que realiza el Hospital Infantil de México, sobre todo por los niños más pequeños y por los que están internados.
“Uno como enfermo siempre agradece el apoyo de la gente, que tengamos la oportunidad de aligerar nuestro cáncer con estas posadas y pastorelas, nos llenan de vida”, afirma.
Ella se considera una “guerrera”, porque su cáncer no ha frenado sus sueños. Cuenta que sus mejores amigos los ha hecho después de que se enteró de su enfermedad y ha sumado unos más como paciente del hospital.
“Tenemos que ser fuertes y mirar hacia el futuro. Sí espanta cuando te dicen que tienes cáncer, pero sólo podemos luchar para vencerlo, porque quedarnos sin hacer nada no es una opción. Es lo mejor de esta enfermedad de locura, que uno aprende a ser fuerte, se hace fuerte en el proceso”, asegura.
A todos los niños y padres de familia les aconseja que no se dejen llevar por el miedo. “Es como el dicho de que cuando más oscuro es porque ya va a amanecer, yo lo veo así: cuando mi cáncer estuvo más fuerte y perdí mi cabello, ese fue el punto en el que supe que pronto acabaría la tragedia. Ahora no he tenido recaídas y me siento sana y muy feliz; además, mi pelo es más bonito”, sonríe.
Las carcajadas toman por sorpresa el auditorio, Hanna aplaude al tiempo que cuenta que el doctor que hace el papel de Satanás dijo un chiste. “¡Jajaja! El diablo lo mandó a trabajar a la Ciudad de México para buscar a María y a José, y lo asaltaron en el Metro. Pobre, ya ni Satanás está a salvo de los rateros”.
En el escenario, Lucifer, quien fue interpretado por Luis Enrique Juárez Villegas, jefe del departamento de Oncología, está regañando a sus diablos porque no han encontrado a María y a José. Ante las preguntas interminables de sus púpilos, como “¿José es guapo?”, “¿María está embarazada?”, les grita para ponerles un alto: “¡Ya se parecen a las mamás de mis pacientes de oncología! Muchas preguntas: que si va a estar bien mi hijo, que si el medicamento, que si las enfermeras...”. En ese momento, las madres de familia y los menores de edad responden con aplausos al unísono.
En las primeras filas se alcanzan a ver las bolsas con suero y los aparatos que acompañan a los pacientes más pequeños, aunque la mayoría de ellos no entendían por qué los ángeles que guiaban a los padres de Jesús bailaban al ritmo de reggaetón, chocan sus palmas y tararean las canciones.
“Eso es lo mejor de la pastorela, cuando el diablo con todo y sus secuaces no puede impedir que nazca el Niñito Dios. Me emociona porque lo comparo con mi cáncer, que no importó su agresividad, no me ha quitado las ganas de salir adelante ni la fe en que me voy a recuperar al cien”, dice Hanna.
Segunda casa
Los peregrinos están a punto de llegar a Belén. Luisa Martínez casi no parpadea porque no quiere perderse ni un instante del espectáculo presentado por los médicos.
A sus 14 años lleva un año y tres meses visitando este hospital; “es como mi segunda casa”, admite, sin dejar de ver la obra.
La niña, quien padece cáncer en los huesos, dice que la pastorela y la posada le ayudan a olvidar su enfermedad, “me dan fuerza para dejar mi silla de ruedas, porque mis piernas y rodillas están muy débiles y no soportan mi peso, pero hoy vengo preparada para romper la piñata. Guardé mi energía porque quiero ganar muchos dulces”, asegura.
Este año, Luisa acudió a la pastorela acompañada de su mamá. “Me gusta venir, reunirme con mis amigos que también tienen cáncer. Esta vez sí pudieron bajar a los niños que están hospitalizados y eso les alegra su día”.
La adolescente se apoya en una muleta para mantenerse en pie. A Santa Claus le pidió un smartwatch, “porque estaré informada en todo momento”; el segundo obsequio de la lista es un unicornio de peluche gigante: “quiero echarme a él como si fuera una cama”.
Después de la pastorela, en un salón de usos múltiples del hospital se realizó la tradicional posada, donde los niños recibieron sus aguinaldos de dulces y rompieron piñatas.
“¡Dale, dale, dale, no pierdas el tino, porque si lo pierdes, pierdes el camino!”, se escuchó en el salón. En una hilera los niños esperaban su turno con la ilusión de quebrar la piñata y ganar dulces. Después se formarían para que les entregaran su aguinaldo.
“A lo mejor no pasamos Navidad en casa, porque venimos de Veracruz, pero mi niña ya tuvo sus fiestas. Ver su carita de alegría es todo lo que necesito para seguir adelante y darle todo mi apoyo”, dijo Esther Arellano, mamá de Luisa, quien está en espera de que los médicos la den de alta, luego de haber padecido linfoma de Hodgkin.