Luz del Carmen Sarabia Mejía, de 24 años de edad, estaba preparada para ingresar a la preparatoria. De hecho, había presentado el examen de asignación de la Comisión Metropolitana de Instituciones de Educación Media Superior (Comipems) y quedó en su primera opción: el Centros de Estudios Tecnológicos Industrial y de Servicios 119, cerca del Metro Ecatepec.

El problema para esta joven originaria del municipio de Ecatepec, en el Estado de México, llegó al momento de iniciar el ciclo escolar, pero sus papás se quedaron sin dinero para pagarle el uniforme y la inscripción; la escuela no le dio oportunidad de pagar después y no se inscribió. Esperaba poder hacerlo al año siguiente, pero antes de volver a presentar su examen de la Comipems quedó embarazada, tuvo que abandonar la idea.

“Faltaban como unos cinco días para que fuera quincena, pero en la escuela no me quisieron esperar ese tiempo, en ese año no pude estudiar. Lo iba a intentar al siguiente año pero quedé embarazada a los 15 años, quise hacer mi examen pero con mi bebé ya no pude y no seguí estudiando”.

Después de que sus padres se separaron, Luz del Carmen quiso volver a hacer el intento para retomar sus estudios, pero consideró que en ese momento la carga económica sería excesiva para su mamá, quien se quedó como el sostén de la familia; además, no tendría con quién dejar a su bebé. Estudió para su examen, pero no se presentó a aplicarlo.

El papá de sus hijos, Heriberto, también tenía 15 años; estudiaba el primer semestre de una carrera técnica en el Conalep, pero tuvo que abandonar también puesto que necesitaba encontrar un empleo que le permitiera sufragar los gastos de su nueva familia.

“Yo me dediqué a estar con mi bebé. Me quedé con muchas ganas de seguir estudiando pero sabía que no iba a poder, tanto por el tiempo con mi bebé como por el dinero; éramos muy chicos, mi mamá me apoyaba económicamente y yo sabía que no iba a poder”, contó.

En la actualidad, Luz del Carmen tiene 24 años y dos hijos: Alejandro, quien ahora tiene siete años, y Fernando, de cinco. No sabía cómo hacer para que su hijo más grande se durmiera, cómo responder cuando tenía frío o intuir por qué lloraba.

Poco a poco, dice, tuvo que aprenderlo todo y adaptarse a una realidad en la que se quedó con ganas de seguir estudiando, pero ahora tiene responsabilidades por atender que para ella son más importantes.

Cuenta que en sus planes estaba terminar la escuela y graduarse como maestra normalista, puesto que su sueño era ser educadora y trabajar. Considera que hacen falta becas o apoyos para que las mamás puedan seguir estudiando.

En este momento ella no trabaja puesto que cuida a sus hijos de tiempo completo, mientras que Heriberto se dedica a vender productos de limpieza con un salario que puede llegar a los siete mil pesos mensuales.

“Ahorita que entran a la escuela, veo a muchos chavos o niños con sus mochilas, siempre les he tenido un poco de envidia o me da tristeza que veo que no aprovechan lo que sus papás les dan; yo lo hubiera querido hacer, pero no pude. Ahora que tengo a mis hijos, no quiero que se queden como Heriberto y yo, porque ninguno terminó la escuela. Quiero darles a mis hijos lo mejor que se pueda, pero sí me gustaría regresar a la escuela”.

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