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El viento sopló con fuerza y los cientos de rehiletes multicolores colocados en las tumbas giraron una y mil veces, como la vida misma; era la forma en que era recibida Mara Fernanda.
Los rayos de sol se hicieron más intensos, pero la alta temperatura jamás logró calentar los corazones de la familia de la joven universitaria que fue asesinada a manos de un chofer de Cabify en Puebla.
El pasado 15 de septiembre fue hallada sin vida en la comunidad de San Miguel Xonacatepec, Puebla. De acuerdo con las declaraciones del fiscal general del estado, Víctor Carrancá, la joven de 19 años habría fallecido por estrangulamiento y “golpes severos”, además de que su cuerpo presentaba indicios de abuso sexual.
Ricardo Alexis Díaz, chofer de la unidad Chevrolet Sonic gris de Cabify, permanece en prisión preventiva por su probable responsabilidad en los delitos de privación ilegal de la libertad, feminicidio, abuso sexual y robo.
En el funeral, el hoyo en medio del montículo del panteón Bosques del Recuerdo en la ciudad de Xalapa, capital de Veracruz, esperaba los restos de la joven de 19 años, cuya partida rompió el corazón de miles de personas.
Mientras las hojas de esos rehiletes, colocados en cada una de las tumbas del campo santo, se dejaban acariciar y llevar por el viento; Mara y su familia se dejaban guiar a la última morada de la estudiante de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP).
Decenas de familiares, amigos y desconocidos, que lamentaron su muerte, se unieron para decirle adiós a Mara, la joven por la que se unieron todos los que llegaron a decirle adiós.
Karen, su hermana mayor, cerraba los ojos por el llanto.
Su madre Gabriela, estoica con lentes oscuros y rostro adusto, observó, en silencio cómo colocaban la caja de madera.
La voz de una mujer rompió con la quietud con una oración.
Con el sol en su apogeo, durante media hora rogaron a Dios por el eterno descanso de la joven que abandonó Xalapa para estudiar Ciencias Políticas en Puebla con la esperanza de una vida próspera lejos de tierras violentas.
Otro tiempo de quietud se vio quebrado cuando cuatro jóvenes pusieron sus manos sobre algunos instrumentos musicales y cantaron a Dios.
Todos rompieron en llanto cuando desde las voces surgió una melodía, una imploración al cielo.
El dolor salió de lo más profundo del alma, rostros contraídos, lágrimas y dos palabras que no dejaban de repetir mientras acariciaban el féretro: “Mi niña, mi niña, mi niña”.
Entre sollozos, los familiares vieron bajar los restos en medio de la tierra.
Esa escena era el verdadero adiós, el dejar que el cuerpo de Mara se convierta en polvo y su alma vaya al cielo con el viento, ese mismo que hacía girar los rehiletes.
Con su vida y alma rota, la señora Gabriela agradeció a todos su presencia, los bendijo, pero también los llamó a sumarse a la marcha en honor a su hija Mara.
Los rehiletes giraron sin parar; fue la forma en que recibieron y despidieron a Mara Fernanda.