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justiciaysociedad@eluniversal.com.mx
Durante tres ciclos escolares, EL UNIVERSAL ha seguido la historia de la familia Rojas Zavala, las dificultades que enfrentan no sólo para el regreso a clases, también la evolución de la pobreza que impacta a la familia.
En abril, Clara Zavala, madre de ocho hijos, entre ellos Teresa de Jesús y María Guadalupe, de 13 y 10 años, respectivamente, dejó su puesto como empleada doméstica, el primer trabajo que desempeñaba con regularidad.
“Ahorita también tengo a mi mamá y ella tiene unos gastos grandes. Desgraciadamente no la puedo ayudar porque no tengo un trabajo fijo. Yo hago manualidades y muñecos de foami y con eso mantengo a mi familia, mi esposo se va a venderlos.
Me dedico a cuidar a mis hijas y a mi mamá, que está en cama”, comenta.
A tres años de la primera visita de EL UNIVERSAL, la familia hoy la integran: Julio y Clara; sus ocho hijos: Jesús, de 23 años, quien será padre por primera vez; César Arturo, de 21; Adela de 17, madre de dos bebés; Luis Alberto, de 16 años; Abisail, de 14; Teresa de Jesús, de 13; María Guadalupe, de 10, y Juan Manuel, de dos años. A los que se agregan dos nueras y un yerno; y recientemente la integración de Beatriz, la abuela, de 55 años.
Sólo las dos niñas y uno de los hijos irán a la escuela, el resto abandonó los estudios antes de concluir la educación básica.
La situación de los Rojas ha ido cambiando en los tres años. En la choza de madera y plástico ahora viven seis personas: los tres hijos menores, los padres y la abuela.
Luis Alberto se fue a rentar con César; Jesús, quien vivía en Chiapas, regresó al Estado de México, se juntó con su novia y están esperando un bebé. Abisail vive con su abuelo materno y sueña con convertirse en Dj.
Todos los hombres de la familia conducen mototaxis, con excepción de Julio, el padre y Abisail, quien estudia y trabaja amenizando fiestas los fines de semana. La abuela Beatriz cuenta que se terminó casi todos sus ahorros, reunidos en 20 años como cocinera de restaurantes de comida rápida en Estados Unidos, pagando sus tratamientos médicos.
Ha pasado un año más y la familia no tiene dinero para que María Guadalupe y Teresa de Jesús tengan lo necesario para regresar a la escuela. Las niñas esperan con optimismo y ansias el inicio de clases que las acercará a cumplir su sueño: terminar la primaria e ingresar a la secundaria.
“Quiero terminar la secundaria y luego me meto directo al Ejército, no voy a entrar a la prepa. Quiero terminar de estudiar ahí [en las Fuerzas Armadas] y de ahí irme de viaje y todo eso”, dice Teresa.
En cambio, para Mary el anhelo es diferente. “[Quiero] seguir en la escuela. Me ha dicho mi papá que si termino todas las escuelas es muy bonito para tener una carrera bien, tener trabajo y estudiar para ser policía”.
Viven en la colonia La Esperanza, a kilómetro y medio del antiguo bordo de Xochiaca, entre Ciudad Nezahualcóyotl y Chimalhuacán, Estado de México.
El asentamiento en donde habitan reúne a decenas de casitas construidas con madera, trozos de plástico, tela y techos de lámina, una al lado de la otra.
La lluvia que azotó la zona la noche anterior a la visita de El Gran Diario de México acentuó el olor a basura, excremento y humo que acompaña a las familias en sus actividades diarias; y generó un lodazal que manchó los pies descalzos de Mary, y los zapatos de charol de su hermana Teresa.
“Espero hacer amigos, llevarme bien con mi nuevo maestro y tener buena memoria para recordar lo que vimos el año pasado. Me gustan las matemáticas pero la verdad es que me cuestan trabajo”, contó Teresa de Jesús quien pasó a sexto grado de primaria.
En el salón no le habla casi a nadie, dice, puesto que sus compañeros se burlan de ella por su nombre, porque su casa está construida de madera y vive en la pobreza.
“Tengo nueve punto cero de promedio, todos dicen que saqué esa calificación porque tercero [grado] está fácil, pero yo digo que es porque tengo que sacar una buena calificación.
“Puede ser que me den una beca por mis calificaciones. Me gustaría para comprar mis útiles: mi mochila, mis cuadernos, mi goma, mi sacapuntas, mi lápiz, mis plumas”, comenta.
“Seguir en la escuela me va a ayudar a trabajar para tener una casa y comprar un carro, por eso me gustaría terminar todas las escuelas”, dice sonriente María Guadalupe, quien es observada desde el otro lado del cuarto por su abuela, la inmigrante deportada.