Con solemnidad y una emoción arrolladora, los devotos de la Santa Muerte visitan su altar del barrio de Tepito , en la Ciudad de México, para agradecer los favores obtenidos y venerar esta figura tan amada como polémica, que se relaciona con el narcotráfico y los bajos fondos.

"Para mí es un rayo de luz, bálsamo de sanación espiritual y mucha fe", cuenta a Efe Enriqueta Romero, doña Queta, quien tiene un altar de la Santa Muerte en la puerta de su casa y es seguidora de este popular culto desde hace 57 años.

De aproximadamente un metro y medio de altura, la esquelética Santa Muerte viste hoy de novia, con velo y ramo incluido, para celebrar 16 años en este altar en el que comparte vitrina con figuras de catrinas, calaveras e incluso una imagen de la Virgen de Guadalupe.

El culto a la Santa Muerte, también conocida como la "niña blanca", arrastra un pasado enigmático, en una prueba más del sincretismo religioso en México.

Según diversos investigadores, se remonta a 1795, cuando los indígenas adoraban un esqueleto en un poblado del centro de México.

Se mantuvo en secreto durante casi dos siglos, y en la Ciudad de México, el culto empezó a proliferar en la década de los cuarenta del siglo XX, especialmente en barrios desfavorecidos.

La eclosión del fenómeno, que dice tener unos cinco millones de fieles en todo el mundo, se produjo a mediados de los noventa, cuando la devoción se trasladó de las casas a las calles.

Los devotos arriban al altar con ofrendas de todo tipo, desde flores, dulces y veladoras a cigarros y botellas de tequila.

En silencio, le rezan padrenuestros, le agradecen los favores y le prometen amor y entrega.

Son unos minutos de recogimiento frente a su venerada "flaquita", de la que se despiden, emocionados, tocando con delicadeza la vitrina, a modo de caricia.

Antonio tiene 27 años y lleva en la espalda un vistoso tatuaje de su niña blanca. Y es que durante un asalto a mano armada en un transporte público, se encomendó a la Santa Muerte: si sobrevivía, le dijo, la llevaría siempre en su piel, recuerda a Efe.

"La trato de madre, de amiga, de lo mejor", cuenta este fiel a la santísima desde hace nueve años.

En la calle Alfarería, donde se ubica este altar, centenares de personas llegan con sus propias imágenes de la Santa Muerte, las colocan en el suelo, mientras otros devotos las inundan de ofrendas y le cantan porras.

Huele a incienso, alcohol, pegamento y marihuana. El ambiente es relajado, pese a ubicarse en el centro del barrio bravo de Tepito, cuna de la piratería y el contrabando en la urbe.

Las 12 santas de la familia Zamora dan fe de la devoción existente. Las tienen de todos los tamaños y materiales y han puesto un toldo para protegerlas de la lluvia.

Este año van vestidas de rosa y con trajes a medida, cuenta a Efe Guillermo Zamora, patriarca de esta familia para quien la Santa Muerte es sinónimo de paz: "Ha sido nuestro ángel de la guarda y nos ha hecho muchísimos milagros".

Este culto admite muchos acercamientos y así lo ejemplifican Ricardo Luna, quien trae su santa vestida de rosa "como un hada", y Patricia de Jesús, quien lleva, con su hija, el típico maquillaje de catrina.

Entre figuras de la Santa Muerte con alas de ángel y otras con guadaña, en este altar improvisado de los Zamora sorprende una figura de madera.

La talló un conocido de la familia cuando estaba preso, explica Guillermo, quien asevera que la Santa Muerte "cumple con todos sin pedir nada a cambio" y lamenta que sea "satanizada".

A inicios de siglo, la Santa Muerte se popularizó enormemente entre los narcotraficantes, que se encomiendan a ella y la llevan incrustada en sus pistolas.

En 2005, el Gobierno canceló el registro de asociación religiosa a la Iglesia Católica Tradicional México-Estados Unidos., que practica ritos a la Santa Muerte.

Aunque muchos adeptos están cansados de las críticas, aseguran que no han cambiado un ápice su creencia: "A ella jamás la negaré, porque si la niego, es como negar a una madre", dice Antonio, quien además es católico y considera a la Santa Muerte una "creación de Dios".

Para doña Queta, la relación entre la Santa Muerte y los bajos fondos le resulta, incluso, un reflejo del país.

"Vivimos en un país libre y hacemos lo que nos da nuestra chingada gana. Si hay rateros, prostitutas y vende vicios, bendito sea Dios, porque cuando van a la cárcel nadie paga la mitad de sus pecados".

A ella le asesinaron el marido frente al altar hace año y medio. Y una foto del esposo acompaña hoy a su "niña blanca".

"Hay que seguir adelante. No compro, no causo ni vendo lástima. Ya se fue, bendito sea Dios, y al rato me voy yo con él", concluye con el delantal puesto y mientras atiende en su diminuta tienda de recuerdos de la "flaquita".

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