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Un pedazo de ropa, un grito ahogado, un movimiento fueron suficientes señales de vida para que los rescatistas sacaran a al menos 18 personas de los escombros.

Cada vez que el grupo de voluntarios cargaba una nueva camilla y a lo lejos se veía a una persona sobre ella siendo cargada, la gente alrededor llenaba la avenida Álvaro Obregón, colonia Roma, de aplausos.

El edificio de seis pisos con el número 286 se desplomó sobre la gente que iba en un día común a trabajar.

Varios de los sobrevivientes habían salido al simulacro de las 11 de la mañana.

A un grupo de mujeres les pasó así: “Estábamos en el segundo piso, en un curso, cuando comenzaron a decir que estaba temblando. El edificio se sintió como si estuviera en un terremoto. Hubo gente que se quedó en las puertas.

“Pero nosotras nos fuimos hacia las escaleras y nos cayeron piedras. Seis personas estuvimos atrapadas pidiendo auxilio, socorro a Dios para no quedarnos adentro. Cuando pudimos quitarle una piedra a una persona y ella salió, nosotras la seguimos. En las escaleras se veían chamarras, zapatos y las estructuras rotas”.

Salieron corriendo a las calles cercanas y permanecieron horas afuera esperando ver a sus demás compañeras, con los pies descalzos y la ropa llena de polvo y sin pertenencias. Enrique García, de 50 años de edad, también pudo salir a tiempo, estaba en el tercer piso trabajando en una remodelación cuando se presentó el fuerte movimiento.

Enrique bajó por las escaleras de emergencia, abandonando sus cosas.

Mientras, su hija Mitzi pasaba el temblor dentro de su carro en las Lomas.

Pide teléfono para buscar a su hija. Le llamó más veces, pero él no contestó. él buscó un teléfono prestado para contactar a su familia y avisar que estaba bien. Sin embargo, se quedó afuera del edificio, con los cuerpos de rescate que iban llegando para preguntar si habían visto a uno de sus compañeros, el único que estaba trabajando en una remodelación en el quinto piso y que estaba seguro, estaba atrapado.

A los rescatistas les decía que su amigo y compañero tenía una playera de rayas.

Desde las Lomas, Mitzi caminó hasta el edificio derrumbado y se quedó detrás de la valla de policías que resguardaba la zona, con los compañeros de obra de su padre, se enlazaba las manos y lloraba. Buscaba entre la gente a su papá. Los compañeros de su padre se salvaron de estar entre los escombros, pues les había tocado otra obra. Uno de ellos, incluso, asegura que el edificio que se derrumbó estaba desnivelado 50 centímetros.

Los cuerpos de rescate llegaban, los oficiales le gritaban a la gente que dejara de obstruir el paso. Los padres y madres preocupados se acercaban a las vallas de seguridad para preguntar por sus hijos o conocidos. La gente seguía parada detrás de los oficiales viendo cómo los rescatistas usaban palos y picos para sacar a más personas, así como cuerdas. Se escuchaban llantos.

Una mujer de 60 años de edad, se acercó a los oficiales y a las mujeres que anunciaba los nombres de quienes habían sido rescatados y eran trasladados en ambulancias desde un pequeño campamento que se adecuó debajo de unos árboles, para pedir informes sobre su hija.

Ambulancias llegaban y se iban; el Ejército y la Marina lo hicieron a las tres de la tarde.

La gente comenzó a quitar las grandes lonas que estaban en los edificios contiguos para ofrecerlas al campamento. Cientos llegaron con cubetas, gasas, botellas de agua, cuerdas y palos para ayudar.

Los voluntarios se desgarraban a gritos para pedir más ayuda: gatos hidráulicos y guantes. Llevaba la ayuda gente a chorros.

Era a la única a quienes se les dejó pasar y acercarse a la zona del desastre.

Más tarde, la Condesa y la Roma se quedaron con tiendas cerradas, sin luz.

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