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El fin de semana fue largo y doloroso en medio de la tragedia del sismo del 19 de septiembre. Seis días después del terremoto, miles de personas intentaron retomar sus actividades cotidianas, pero los edificios dañados y algunos a punto del colapso hacen casi imposible que todo regrese a la normalidad.

Amaneció gris en algunas zonas. Las vías de comunicación recibieron desde temprano a las personas que se dirigían a sus centros laborales. La mayoría ve con asombro las grietas enormes y las cuarteaduras que llenan sus propios edificios de trabajo y otros inmuebles que ya han sido evacuados.

Los edificios también tienen memoria. En sus muros y techos quedaron grabadas las grietas que hacen recordar aquel martes. Los más viejos, como los asentados en Tlatelolco, cargan consigo los recuerdos de 1985 y también de 2017. Desgraciada coincidencia: ambos 19 de septiembre.

Con sus muros rasgados, algunos edificios, bancos, iglesias y, en menor medida, escuelas reciben a sus ocupantes que aún agradecen que la ciudad se haya mantenido en pie. Don Carlos Infante y vecinos hicieron una “cooperacha” para comprar cinta de seguridad color rojo con la finalidad de acordonar el paso peatonal en la esquina de Circuito Interior y Marina Nacional. El edificio que es ocupado por oficinas tiene algunas grietas, pero el principal temor es que los ventanales colapsen. Unos pasos antes, el negocio de piñatas que adornaba Circuito Interior, cerca de Plaza Galerías, cerró. El edificio se partió, las ventanas cayeron y se evacuó.

El regreso es de temor para algunos capitalinos y los habitantes de la zona metropolitana que viajan durante horas a laborar. Es el caso de Laura, que se siente insegura en su edificio de trabajo en la avenida Thiers, en la colonia Anzures, pues reporta que la estructura de su edificio tiene severas afectaciones y grietas considerables. Aún así, su jefe les ha prometido que están seguros y pueden trabajar, aunque no ha mostrado un reporte oficial de Protección Civil. Por la noche, la lluvia no ayuda y el tránsito tampoco perdona el luto. Las bocinas de los autos suenan desesperadas, tanto como sus dueños tienen ansia por llegar a sus hogares. El tiempo vuela y hoy, una semana ha pasado de la tragedia.

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